CAPITULO 3
EL RASTRO DE
LOS HECHOS:
LA RECUPERACIÓN
DE LA INTUICIÓN COMO
LA MUÑECA EN EL
BOLSILLO:
VASALISA LA
SABIA
La intuición es el tesoro de la psique de la
mujer. Es como un instrumento de adivinación o una bola de cristal, por medio de la cual la mujer puede ver con una misteriosa visión interior.
Es como si tuviéramos constantemente a
nuestro lado a una sabia anciana que
nos dijera qué es lo que ocurre exactamente y si tenemos que girar a la derecha
o a la izquierda. Es una variedad de
La Que Sabe, de la mujer Salvaje.
En las tradiciones en las que yo crecí, las
cuentistas profesionales siempre estaban explorando los cimientos de alguna
colina psíquica, siempre andaban hundidas hasta las rodillas en el polvo de los
cuentos, escarbando para eliminar siglos de tierra, excavando en los estratos
de la cultura y de las conquistas, numerando todos los frisos y los frescos de
los cuentos que encontraban. A veces un cuento había quedado reducido a polvo,
otras veces faltaban algunos fragmentos o detalles o éstos habían sido
eliminados, a menudo la forma estaba intacta, pero el colorido había
desaparecido. Aun así, en cada excavación se abriga la esperanza de encontrar
todo un cuento intacto. El cuento siguiente es uno de estos increíbles tesoros.
En mi opinión, el viejo cuento ruso de “Vasalisa” es un cuento de
iniciación femenina en el que se han perdido algunos huesos esenciales. Gira en
torno al hecho de que casi todas las cosas no
son lo que parecen. Como mujeres que somos echamos mano de nuestra intuición y de nuestro instinto para olfatear las
cosas. Utilizamos todos nuestros sentidos para extraer la verdad de las cosas, para exprimir el alimento de nuestras ideas, para ver lo que es
necesario ver, saber lo que es necesario saber, ser las guardianas de nuestros propios fuegos creadores y adquirir un íntimo conocimiento de
los ciclos de la Vida/Muerte/Vida de toda la naturaleza...en eso consiste ser
una mujer iniciada.
Los cuentos cuya principal protagonista es Vasalisa
se narran en Rusia, Rumania, los países de la antigua Yugoslavia, Polonia y
todos los países bálticos. En algunos
casos, el cuento se suele titular “Vassilissa
la Sabía”. Yo he encontrado pruebas
de que sus raíces arquetípicas se remontan por lo menos a los antiguos cultos
de las diosas-caballo anteriores a la cultura griega clásica. El cuento
encierra una antiquísima planimetría psíquica acerca de la introducción en el
mundo subterráneo de la diosa salvaje, es decir, la intuición.
La
pauta de mi versión literaria del cuento de Vasalisa que aquí se reproduce me
la dio mi tía Kathé. Empieza con uno de los más antiguos trucos de la narración
de cuentos: “Había una vez y no había una vez...Esta paradójica frase pretende
llamar la atención del oyente sobre el hecho de que el cuento tiene lugar en un mundo entre mundos en el que nada
es lo que parece a primera vista.
Vamos allá.
VASALISA
Había una vez y no había una vez
una joven madre que yacía en su lecho de muerte con el rostro tan pálido como
las blancas rosas de cera de la sacristía de la cercana iglesia. Su hijita y su
marido permanecían sentados a los pies de la vieja cama de madera, rezando para
que Dios la condujera sana y salva al otro mundo.
La madre moribunda llamó a
Vasalisa y la niña se arrodillo al lado de ella con sus botas rojas y su
delantalito blanco.
-Toma esta muñeca, amor mío –dijo
la madre en un susurro, sacando de la colcha de lana una muñequita que, como la
propia Vasalisa, llevaba unas botas rojas, un delantal blanco, una falda negra
y un chaleco bordado con hilos de colores.
-Presta atención a mis últimas palabras, querida –dijo la madre-. Si alguna vez te extraviaras o necesitaras ayuda, pregúntale a esta muñeca. No le hables a nadie
de ella. Dale de comer cuando esté hambrienta. Ésta es mi promesa de madre y mi
bendición, querida hija.
Dicho lo cual, el aliento de la
madre se hundió en las profundidades de su cuerpo donde recogió su alma y,
cuando salió a través de sus labios, la madre murió.
La niña y su padre la lloraron
durante mucho tiempo. Pero, como un campo cruelmente arado por la guerra, la
vida del padre reverdeció una vez más en
los surcos y éste se casó con una viuda que tenía dos hijas. Aunque la
madrastra y sus hijas siempre hablaban con cortesía y sonreían como unas
señoras, había en sus sonrisas una punta de sarcasmo que el padre de Vasalisa
no percibía.
Sin embargo, cuando las tres
mujeres se quedaban solas con Vasalisa, la atormentaban
la obligaban a servirlas y la
enviaban a cortar leña para que se le estropeara la preciosa piel. La odiaban
porque poseía una dulzura que no parecía de este mundo. Y porque era muy guapa.
Sus pechos brincaban mientras que los suyos menguaban a causa de su maldad.
Vasalisa era servicial y jamás se quejaba mientras que la madrastra y sus
hermanastras se peleaban entre sí como las ratas entre los montones de basura
por la noche.
Un día la madrastra y las
hermanastras ya no pudieron aguantas por más tiempo a Vasalisa.
-Vamos...a...hacer que el fuego se
apague y entonces enviaremos a Vasalisa al bosque para que vaya a ver a la
bruja Baba Yagá* y le suplique fuego para nuestro hogar. Y, cuando llegue al
lugar donde está Baba Yagá, la vieja bruja la matará y se la comerá.
*en ruso. Literalmente, Mujer Hechicera (N.dela T.)
Todas batieron palmas y soltaron
unos chillidos semejantes a los de los seres que habitan en las tinieblas.
Así pues aquella tarde, cuando
regresó de recoger leña, Vasalisa vio que toda la casa estaba a oscuras. Se
preocupó y le preguntó a su madrastra:
-¿Qué ha ocurrido? ¿Con
que guisaremos? ¿Qué haremos para
iluminar la oscuridad?
-Qué estúpida eres –le contesto la
madrastra-. Está claro que no tenemos fuego. Y yo no puede salir al bosque
porque soy vieja. Mis hijas tampoco pueden ir porque tienen miedo. Por
consiguiente, tú eres la única que puede ir al bosque a ver a Baba Yagá y
pedirle carbón para volver a encender la chimenea.
-Muy bien pues, así lo hare –
dijo inocentemente Vasalisa.
Y se puso en camino. El
bosque estaba cada vez más oscuro y las ramitas que crujían bajo sus pies la
asustaban. Introdujo la mano en el profundo bolsillo de su delantal donde
guardada la muñeca que su madre moribunda le había entregado. Le dio unas
palmadas a la muñeca que guardaba en el interior hecho del bolsillo y se dijo:
-Es verdad, el
simple de tocar esta muñeca me tranquiliza.
A cada encrucijada del
camino, Vasalisa introducía la mano en el bolsillo y consultaba con la muñeca.
-Dime, ¿tengo que ir a la derecha o a la
izquierda?
La muñeca le contestaba, “Si”,
“No”, “Por aquí” o
“Por allá”. Vasalisa le dio a la muñeca un poco de pan que llevaba y siguió
el camino que parecía indicarle la muñeca.
De repente, un hombre vestido
de blanco pasó al galope por su lado montado en un caballo blanco e
inmediatamente se hizo de día. Más adelante,
pasó un hombre vestido de rojo montado en un caballo rojo y salió el sol.
Vasalisa prosiguió su camino y, en el momento en que llegaba a la choza de Baba
Yagá, pasó un jinete vestido de negro trotando a lomos de un caballo negro y
entró en la cabaña de Baba Yagá. Enseguida se hizo de noche. La valla hecha con
calaveras y huesos que rodeaba la choza empezó a brillar con un fuego interior,
iluminando todo el claro del bosque con su siniestra luz.
La tal Baba Yagá era una
criatura espantosa. Viajaba no en un carruaje o un coche sino en una caldera en
forma de almirez que volaba sola. Ella impulsaba el vehículo con un remo en
forma de mano de almirez y se pasaba el rato barriendo las huellas que dejaba a
su paso con una escoba hecha con el cabello de una persona muerta mucho tiempo atrás.
Y la caldera volaba por el
cielo mientras el grasiento cabello de Baba Yagá revoloteaba a su espalda. Su
larga barbilla curvada hacia arriba y su larga nariz curvada hacia abajo se
juntaban en el centro. Tenía una minúscula perilla blanca y la piel cubierta de
verrugas a causa de su trato con los sapos. Sus uñas orladas de negro eran muy
gruesas, tenían caballetes como los tejados y estaban tan curvadas que no le
permitían cerrar las manos en un puño.
La casa de Baba Yagá era
todavía más extraña. Se levantaban sobre unas enormes y escamosas patas de
gallina de color amarillo, caminaba sola y a veces daba vueltas y más vueltas
como un bailarín extasiado. Los goznes de las puertas y de las ventanas estaban
hechos con dedos de manos y pies humanos y la cerradura de la puerta de entrada
era un hocico de animal lleno de afilados dientes.
Vasalisa consultó con su
muñeca y le preguntó:
¿Es ésta la casa
que buscamos?
Y la muñeca le contestó a su
manera:
Sí, ésta es la
casa que buscas.
Antes de que pudiera dar otro
pasó. Baba Yagá bajo con su caldera y le preguntó a gritos:
¿Qué quieres?
La niña se puso a temblar.
-Abuela, vengo por
fuego. En mi casa hace mucho frío…mi familia morirá…necesito fuego.
Baba yagá le replicó:
-Ah, sí, ya te
conozco y conozco a tu familia. Eres una niña muy negligente…has dejado que se
apagara el fuego. Y eso es una imprudencia. Y, además, ¿qué te hace pensar que yo te daré la llama?
Vasalisa consultó con su
muñeca y se apresuró a contestar:
-Porque yo te lo
pido.
Baba Yagá ronroneó.
-Tienes mucha
suerte porque está es la respuesta correcta.
Y Vasalisa pensó que había
tenido mucha suerte porque había dado la respuesta correcta.
Baba yagá la amenazó:
-No te puedo dar
el fuego hasta que hayas trabajado para mí. Si me haces estos trabajos, tendrás
el fuego. De lo contrario…-Aquí Vasalisa vio que los ojos de Baba Gayá se
convertían de repente en unas rojas brasas-. De lo contrario, hija mía,
morirás.
Baba Yagá entró ruidosamente
en su choza, se tendió en la cama y ordenó a Vasalisa que le trajera lo que se
estaba cociendo en el horno. En el horno había comida suficiente para diez
personas y la Yagá se la comió toda, dejando sólo un pequeño cuscurro y un
dedal de sopa para Vasalisa.
-Lávame la ropa,
barre el patio, limpia la casa, prepárame la comida, separa el maíz aflublado
del maíz bueno y cuida de que todo esté en orden. Regresaré más tarde para
inspeccionar tu trabajo. Si no está listo, tú serás mi festín.
Dicho lo cual, Baba Yagá se
alejó volando en su caldera, usando la nariz a modo de cataviento y el cabello
a modo de vela. Y cayó de nuevo la noche.
Vasalisa recurrió a su muñeca
en cuanto la Yagá se hubo ido.
-¿Qué voy a hacer? ¿Podré cumplir todas las tareas a
tiempo?
La muñeca le aseguro que sí y
le dijo que comiera un poco y se fura a dormir. Vasalisa le dio también un poco
de la comida a la muñeca y se fue a dormir.
A la mañana siguiente, la
muñeca había hecho todo el trabajo y lo único que quedaba por hacer era cocinar
la comida. La Yagá regresó por la noche y vio que todo estaba hecho. Satisfecha
en cierto modo aunque no del todo porque no podía encontrar ningún fallo, Baba
Yagá dijo en tono despectivo:
-Eres una niña muy
afortunada.
Después llamo a sus fieles
sirvientes para que molieran el maíz e inmediatamente aparecieron tres manos en
el aire y empezaron a raspar y triturar el maíz. La paja voló por la casa como
una nieve dorada. Al final, se terminó la tarea y Baba Yagá se sentó a comer.
Se pasó varias horas comiendo y por la mañana le volvió a ordenar a Vasalisa
que limpiara la casa, barriera el patio y lavara la ropa.
Después le mostró un gran
montón de tierra que había en el patio.
-En este montón de
tierra hay muchas semillas de adormidera, millones de semillas de adormidera.
Quiero que por la mañana haya un montón de semillas de adormidera y un montón
de tierra separados. ¿Me has
entendido?
Vasalisa estuvo casi a punto
de desmayarse.
-¿Cómo voy a poder
hacerlo?
Introdujo la mano en el
bolsillo y la muñeca le contestó en un susurro:
-No te preocupes,
yo me encargaré de eso.
Aquella noche Baba Yagá
empezó a roncar y se quedó dormida y entonces Vasalisa intentó separar las
semillas de adormidera de la tierra. Al cabo de un rato la muñeca le dijo:
-Vete a dormir.
Todo irá bien.
Una vez más la muñeca
desempeño todas las tareas y, cuando la vieja regresó a casa, todo estaba
hecho. Baba Yagá habló en tono sarcástico con su voz nasal:
-¡Vaya¡ Qué suerte has tenido de poder hacer
todas estas cosas.
Llamó a sus fieles sirvientes
y les ordenó que extrajeran aceite de las semillas de adormidera e
inmediatamente aparecieron tres pares de manos y lo hicieron.
-¿Qué miras? –le
espetó Baba Yagá
_¿Te puedo hacer
unas preguntas, abuela? –dijo
Vasalisa.
-Pregunta –replicó la Yagá-, pero recuerda que un exceso de conocimientos puede hacer
envejecer prematuramente a una persona.
Vasalisa le preguntó quién
era el hombre blanco del caballo blanco.
-Ah –contestó la Yagá con afecto-, el primero es mi Día.
-¿Y el hombre rojo
del caballo rojo?
-Ah, ése es mi sol
Naciente.
-¿Y el hombre
negro del caballo negro?
-Ah, sí, el
tercero es mi Noche.
-Comprendo –dijo
Vasalisa.
-Vamos niña, ¿no quieres hacerme más preguntas? –dijo la Yagá en tono zalamero.
Vasalisa estaba a punto de
preguntarle qué eran los pares de manos que aparecían y desaparecían, pero la
muñeca empezó a saltar arriba y abajo en su bolsillo y entonces dijo en su
lugar:
-No, abuela. Tal
como tú misma has dicho, el saber demasiado puede hacer envejecer
prematuramente a una persona.
-Ah –dijo la Yagá, ladeando la cabeza como
u pájaro-, tienes una sabiduría
impropia de tus años, hija mía. ¿Y
cómo es posible que seas así?
-Gracias a la
bendición de mi madre – contestó
Vasalisa sonriendo.
-¡¿La bendición?¡ -chilló Baba Yagá-. ¡¿La bendición has dicho?¡ En esta casa no necesitamos
bendiciones. Será mejor que te vayas, hija mía –dijo empujando a Vasalisa hacia la puerta u sacándola a la
oscuridad de la noche-. Mira, hija
mía. ¡Toma¡ -Baba Yagá tornó una de las calaveras de ardientes ojos que
formaban la valla de su choza y la colocó en lo alto de un palo-. ¡Toma¡ Llévate a casa esta calavera con el
palo. Eso es el fuego. No digas ni una sola palabra más. Vete de aquí.
Vasalisa iba a darle las
gracias a la Yagá, pero la muñequita de su bolsillo empezó a saltar arriba y
abajo y entonces Vasalisa comprendió que tenía que tomar el fuego y emprender
su camino. Corrió a casa a través del oscuro bosque, siguiendo las curvas y las
revueltas del camino que le iba indicando la muñeca. Vasalisa salió del bosque,
llevando la calavera que arrojaba fuego a través de los orificios de las
orejas, los ojos, la nariz y la boca. De repente, se asustó de su peso y de su
siniestra luz y estuvo a punto de arrojarla lejos de sí. Pero la calavera le
habló y le dijo que se tranquilizara
y siguiera adelante hasta llegar a
la casa de su madrastra y sus hermanastras. Y ella así lo hizo.
Mientras Vasalisa se iba
acercando a la casa, la madrastra y las hermanastras miraron por la ventana y
vieron un extraño resplandor danzando en el bosque. El resplandor estaba cada vez más cerca y
ellas no acertaban a imaginar qué podía ser.
La prolongada ausencia de Vasalisa las había inducido a pensar que ésta
había muerto y que las alimañas se habían llevado sus huesos y en buena hora.
Vasalisa ya estaba muy cerca
de su casa. Cuando la madrastra y las hermanastras vieron que era ella,
corrieron a su encuentro, diciéndole que llevaban sin fuego desde que ella se
había ido y que, a pesar de que habían intentado repetidamente encender otro,
éste siempre se les apagaba.
Vasalisa entró triunfalmente
en la casa, pues había sobrevivido al peligroso viaje y había traído el fuego a su hogar. Pero la calavera que estaba
contemplando todos los movimientos de las hermanastras y de la madrastra desde
lo alto del palo las abrasó y, a la mañana siguiente, el malvado trío se había
convertido en unas pavesas.
He aquí un brusco final para
eliminar del cuento a unos
personajes y poder regresar de nuevo
a la realidad. Hay muchos finales de este tipo en los cuentos de hadas. Son una
manera de llamar la atención de los oyentes para devolverlos a la realidad.
El cuento de Vasalisa gira en
torno al tema de la facultad
femenina de la intuición transmitida
de madre a hija y de una generación a la siguiente. El gran poder de la intuición
está formado por una vista interior, un oído interior, una percepción interior
y una sabiduría interior tan veloces como un rayo.
A lo largo de las
generaciones, estas capacidades intuitivas se convirtieron en unas corrientes enterradas en
el interior de las mujeres a causa del desuso y de una infundada mala fama. No
obstante, Jung señaló una vez que en la psique jamás se pierde nada y yo creo
que podemos tener la certeza de que las cosas que se han perdido en la psique siguen estando allí. Por consiguiente, este pozo de intuición femenina no se ha
perdido y cualquier cosa que esté escondida se puede recuperar.
Para comprender el sentido de
este cuento, tenemos que saber que todos
sus componentes representan características de la psique de una sola mujer. Por consiguiente, todos los aspectos del relato
corresponden a una psique individual y describen el proceso de iniciación al
que se está sometiendo. La iniciación se lleva a cabo cumpliendo unas tareas
determinadas. En este cuento, la psique tiene que llevar a cabo nueve tareas. Dichas tareas, la intuición de una mujer –este
sabio ser que acompaña a las mujeres
dondequiera que vayan, examinando todas las cosas de la vida y comentando la verdad de todas ellas
con infalible precisión- se vuelve a
encajar en la psique de la mujer. El objetivo es una afectuosa y confiada relación con este ser al que
hemos dado en llamar “la que sabe”,
la esencia del arquetipo de la Mujer Salvaje.
En el rito de la vieja diosa
salvaje. Baba Yagá, éstas son las tareas de la iniciación:
PRIMERA
TAREA
DEJAR
MORIR A LA MADRE DEMASIADO BUENA
Al principio del cuento, la
madre se está muriendo y cede a su
hija un importante legado.
Las tareas psíquicas de esta
fase de la vida de la mujer son las
siguientes: Aceptar que la solícita madre
psíquica perennemente vigilante y protectora no es adecuada como guía central
de la propia vida instintiva futura (muere la madre demasiado buena). Emprender
las tareas de actuar con autonomía y desarrollar la propia conciencia del
peligro, la intriga y la política. Ponerse en guardia por sí misma y para sí
misma. Dejar morir lo que tiene que morir. Cuando muere la madre demasiado
buena, nace la nueva mujer.
En el cuento el proceso de
iniciación empieza cuando la buena y
querida madre se muere. Ya no está allí para acariciar el cabello de Vasalisa.
En toda nuestra vida como hijas, llega un momento en que la buena madre de la
psique –la que nos había sido útil
anteriormente- se convierte en una
madre demasiado buena que, en su exagerado afán de protegernos, empieza a impedirnos responder a los nuevos retos, obstaculizando con
ello un desarrollo más profundo.
En el proceso natural de
nuestra maduración, la madre demasiado buena tiene que adelgazar y menguar progresivamente hasta que nos
veamos obligadas a cuidar de
nosotras mismas de una manera distinta. Y, aunque siempre conservemos la esencia de su calor, esta transición
psíquica natural nos dejas solas en un mundo que no es maternal con nosotras. Pero un momento. Esta madre
demasiado buena no es en absoluto lo
que parece a primera vista. Debajo de la manta guarda una muñequita para su
hija.
Y en esta figura hay algo de la Madre Salvaje. Pero la madre
demasiado buena no puede vivir todo este proceso hasta el final, pues es la
madre de los dientes de leche, la
dulce madre que todos los niños necesitan para poder agarrarse al mundo psíquico del amor. Por
consiguiente, aunque esta madre demasiado buena no pueda vivir ni seguir ejerciendo su influencia más allá de un
punto determinado de la vida de una muchacha, muriendo le hace un bien a su
hija. Bendice a Vasalisa con la
muñeca y lo que hace es, tal como ya
hemos visto, extremadamente beneficioso.
La detención del proceso de iniciación de una mujer puede
producirse por distintas razones, por ejemplo, cuando ha habido demasiadas
penalidades psicológicas en los comienzos de la propia vida, sobre todo si no
ha habido una madre “suficientemente
buena” en los primeros años. La
iniciación también se puede estancar o quedar incompleta por no haber habido la
suficiente tensión en la psique, pues la madre demasiado buena posee tanto
vigor y resistencia como una mala hierba y sigue viviendo, echando hojas y
protegiendo en exceso a su hija por más que el guion diga “Mutis”. En esta
situación, las mujeres suelen ser demasiado tímidas como para adentrarse en el
bosque y se resisten todo lo que
pueden.
Tanto para ellas como para
otras mujeres adultas a quienes los
rigores de la vida han apartado y separado de sus vidas profundamente
intuitivas y cuya queja suele ser “Estoy harta de cuidar de mí misma”, existe un excelente y sabio remedio.
La reafirmación, la recuperación de la pista o la reiniciación permitirá
restablecer la intuición profunda cualquiera que sea la edad de la mujer. Esta
intuición profunda es la que sabe lo que nos conviene y lo que necesitamos y
lo sabe con la rapidez de un relámpago, siempre y cuando nosotras queramos anotar lo que ella nos dicte.
La iniciación de Vasalisa
empieza cuando ésta aprende a dejar
morir lo que tiene que morir. Eso significa dejar morir los calores y las actitudes de la psique que ya no
le son útiles. Hay que examinar con
especial detenimiento aquellos férreos principios que hacen la vida demasiado
cómoda, que protegen en exceso, que hacen que las mujeres caminen como si se
escabulleran de algo en lugar de
pisar con paso firme.
El periodo durante el cual disminuye la “madre positiva” de la infancia –y
desaparecen también sus actitudes-
es siempre un periodo de intenso
aprendizaje. Aunque existe un periodo de nuestras vidas durante el cual nos mantenemos cerca de la protectora madre
psíquica tal como debe ser (por ejemplo, en nuestra infancia o durante la recuperación de una
enfermedad o de un trauma
psicológico o espiritual o cuando nuestras vidas corren peligro
y el hecho de estarnos quietas es nuestra salvación)
y aunque conservemos grandes reservas de su ayuda para la vida futura, llega
también el momento en que hay que
cambiar de madre, por así decirlo.
Si permanecemos demasiado
tiempo con la madre protectora en
nuestra psique, no podremos
enfrentarnos con los retos que se nos planteen y bloquearemos nuestro ulterior desarrollo. Con ello no quiero
decir en modo alguno que una mujer se tenga que lanzar a situaciones ofensivas o dolorosas sino que fijarse en la vida
un objetivo por el que esté dispuesta a
correr riesgos. A través de este proceso se afilarán sus facultades intuitivas.
Entre lobos, cuando una madre
loba amamanta a sus lobeznos, tanto
ella como sus crías pasan mucho tiempo holgazaneando. Todos se echan los unos
encima de los otros en un gran revoltijo; el mundo exterior y el mundo de los desafíos quedan muy
lejos. Sin embargo, cuando la madre loba enseña finalmente a sus lobeznos a cazar y a rodear, suele mostrarles los dientes, los mordisquea, les exige
que espabilen y los empuja si no
hacen lo que ella les pide.
Por consiguiente, es justo
que, para que podamos proseguir nuestro
desarrollo, cambiemos la solícita
madre interior que nos era beneficiosa en nuestra infancia por otra clase de
madre, una madre que habita en los
más hondos desiertos psíquicos y es
no sólo una escolta sino también una
maestra, una madre afectuosa, pero
también severa y exigente.
La mayoría de nosotras no deja que muera la madre demasiado
buena cuando llega el momento.
Aunque esta madre demasiado buena no permita que
afloren a la superficie nuestras más
desbordantes energías, nos resulta tan cómodo y agradable estar con ella que, ¿para qué dejarla? A
menudo oímos unas voces mentales que nos animan a conservarla y a mantenernos a salvo.
Estas voces dicen cosas tales
como “Vamos, no digas eso”, o “No puedes hacerlo” o “Está claro que no eres hija
(amiga, compañera) mía si lo haces” o “Allí
fuera hay muchos peligros” o “Quién
sabe qué va a ser de ti si te empeñas en abandonar este cálido nido” o “Lo único que conseguirás será
humillarte” o algo todavía más
insidioso, “Haz como que corres
riesgos, pero, en secreto, quédate aquí conmigo”. Éstas son las voces de la asustada y un tanto irritada madre demasiado buena, que anida en la psique.
No lo puedes remediar; es como es. Sin embargo, si permanecemos unidas
demasiado tiempo a la madre demasiado buena, nuestra vida y nuestra capacidad de expresarnos se hundirán en las sombras y, en lugar de fortalecernos, nos
debilitaremos.
Y algo todavía peor; ¿qué ocurre cuando alguien reprime una
desbordante energía y no le permite vivir?
Como una cazuela de gachas de avena en malas manos, aumente, aumente y aumenta
de tamaño hasta que estalla y todo su delicioso contenido se derrama al suelo.
Por consiguiente, hay que comprender que, para que la psique intuitiva se fortalezca, es necesario que la
bondadosa y solícita protectora se
retire. O quizás podríamos decir más propiamente que, al final, nos sentimos
obligadas a abandonar aquel cómodo y agradable téte-à-téte no porque nosotras lo hayamos planeado así y tampoco
porque ya estemos completamente preparadas para ello –una nunca está completamente preparada-, sino porque algo nos espera en el lindero del bosque y nuestro
destino es ir a su encuentro.
Uillaume Apollinare escribió:
“Los llevamos al borde del abismo y les ordenamos que volaran. Ellos no
se movieron. “! Volad ¡”, les dijimos. Pero ellos no se
movieron. Los empujamos hacia el abismo. Y
entonces volaron”.
Es frecuente que las mujeres
teman dejar morir la vida demasiado
cómoda y demasiado segura. A veces una
mujer se ha recreado en la protección de la madre demasiado buena y desea seguir igual por tiempo
indefinido. Pero seguramente está dispuesta a sentirse angustiada alguna vez, pues, de otro modo, se hubiera
quedado en el nido.
A veces, una mujer teme quedarse
sin seguridad o sin certidumbre
aunque sólo sea por muy breve tiempo. Tiene más pretextos que pelos tienen los
perros. Pero es necesario que se lance y
se mantenga firme sin saber lo que ocurrirá a continuación. Sólo así podrá recuperar su naturaleza instintiva.
Otras veces la mujer se siente atada por el hecho de ser la madre demasiado buena para otros adultos que se han agarrado a sus tetas y no están dispuestos a
permitir que ella los abandone. En este caso, la mujer tiene que propinarles
una patada con la pata trasera y seguir su camino.
Y puesto que, entre otras
cosas, la psique soñadora compensa
todo aquello que el ego no quiere o
no puede reconocer, los sueños de una mujer durante esta lucha están llenos, en
contrapartida, de persecuciones, callejones
sin salida, coches que no se ponen en marcha, embarazos incompletos y otros símbolos que representan el
estancamiento de la vida. En su fuero interno la mujer sabe que el hecho de ser demasiado dulce durante
demasiado tiempo equivale a estar un
poco muerta.
Por consiguiente, el primer
paso consiste en desprendernos del resplandeciente arquetipo de la siempre
dulce y demasiado buena madre de la
psique. Así pues, dejamos la teta y
aprendemos a cazar. Una madre
salvaje está esperando para enseñarnos. Pero, entretanto, la segunda tarea
consiste en conservar la muñeca en
nuestro poder hasta que hayamos aprendido cuáles son sus aplicaciones.
SEGUNDA TAREA:
DEJAR AL
DESCUBIERTO LA TOSCA SOMBRA
En esta parte del cuento, la “podrida” familia putativa irrumpe en el mundo de Vasalisa y empieza a amargarle la vida. Las
tareas de esta fase son: Aprender de una
manera todavía más consciente a soltar a la madre excesivamente positiva.
Descubrir que el hecho de ser buena, dulce y amable no permite alcanzar la felicidad
en la vida. (Vasalisa se convierte en una esclava, pero eso no le sirve de
nada). Experimentar directamente la oscuridad de la propia naturaleza y
concretamente los aspectos excluyentes, envidiosos y explotadores del yo (la
madrastra y las hermanas). Reconocerlo de manera inequívoca. Establecer las
mejores relaciones posibles con las peores partes de una misma. Permitir que
crezca la tensión entre aquella que la mujer está aprendiendo a ser y la que
realmente es. Y, finalmente, ir permitiendo que muera el viejo yo y nazca el
nuevo yo intuitivo.
La madrastra y las hermanas
representan los elementos
subdesarrollados pero provocadoramente crueles en la psique. Se trata de los
elementos de sombra*, es decir, de
unos aspectos de la personalidad que se consideran indeseables o inútiles y que por esta razón se relegan a las tinieblas. Por otra parte, el oscuro material negativo –el que con tanto afán se dedica a
destruir u obstaculizar la nueva vida también puede utilizarse en beneficio
propio tal como veremos más adelante. Cuando estalla y nosotras identificamos finalmente sus aspectos y sus orígenes, adquirimos más fuerza y sabiduría.
*En la psicología psicoanalítica de Jung, la “sombra” es el conjunto de modalidades y posibilidades de existencia que el sujeto no quiere reconocer como propias porque son negativas con respecto a los valores codificados de la conciencia y que aleja de sí para defender su propia identidad, pero con el riesgo de paralizar el desarrollo de su personalidad. (N. de la T.)
En esta fase de la iniciación una mujer se siente
acosada por las mezquinas exigencias de
su psique que la exhortan a acceder
a cualquier cosa que deseen los demás. Pero el cumplimiento de las exigencias
ajenas da lugar a una terrible
comprensión de la que todas las mujeres tienen que tomar nota. La comprensión
de que el hecho de ser nosotras
mismas hace que muchos nos destierren
y de que el hecho de acceder a las exigencias de los
demás hace que nos desterremos de nosotras mismas.
La tensión es un
tormento y se tiene que resistir,
pero la elección está muy clara.
Vasalisa se ve privada de
cualquier tipo de privilegio, pues
hereda y es heredada por una familia
que no puede comprenderla ni apreciarla. Por lo que a ellas respecta, es necesaria. La odian y la insultan. La tratan como a
la forastera, la indigna de confianza. En los cuentos de hadas, el papel del
forastero o del proscrito suele
estar representado por el personaje que está más profundamente relacionado con la naturaleza sabia.
La madrastra y las hermanas
pueden interpretarse como unas
criaturas colocadas en la psique de la mujer por la cultura a la que ésta pertenece. La familia
putativa de la psique es distinta de
la “familia del alma”, pues pertenece al superego, el
aspecto de la psique que está estructurado de acuerdo con las expectativas –saludables
o no- que tiene cada sociedad en
particular con respecto a las mujeres. Estos estratos y estas exigencias culturales –es
decir, el superego- no son
percibidos por las mujeres como algo que emana de la psique del Yo emocional
sino como algo procedente del “exterior”, de otra fuente que no es innata. Los
estratos del superego cultural pueden ser muy positivos o muy perjudiciales.
La familia putativa de
Vasalisa es un ganglio intrapsíquico
que pinza el nervio vital de la
vida. La madrastra y las hermanastras entran en escena como un coro de viejas
brujas que la pinchan diciendo:
“No lo vas a poder hacer. No vales lo
bastante. No tienes el valor suficiente. Eres estúpida, sosa y vacía. No tienes
tiempo. Sólo sirves para cosas sencillas. Tienes una capacidad limitada. Déjalo
mientras puedas”. Pero, puesto que
todavía no es plenamente consciente de sus facultades, Vasalisa permite que
este mal ponga obstáculos a su cabo
salvavidas.
Lo mismo nos ocurre a nosotras. Vemos en el cuento que la
intuición que tiene Vasalisa de que que está ocurriendo a su alrededor es muy vaga y
que el padre de la psique tampoco se da cuenta del ambiente hostil que lo
rodea; él también es demasiado bueno y
carece de desarrollo intuitivo. Es curioso observar que las hijas de padres
ingenuos suelen tardar más en despertar.
Nosotras también estamos
pinzadas cuando la familia putativa que llevamos dentro o que nos rodea nos dice que no servimos para nada e insiste en que nos centremos en nuestros defectos en lugar de
fijarnos en la crueldad que emana de
nuestra psique como si emana de la cultura a
la que pertenecemos.
No obstante, para poder ver algo necesitamos intuición y fuerza para resistir lo que vemos. Es
posible que nos hayan enseñado a
apartar a un lado la aguda perspicacia para poder llevarnos bien con la gente.
Sin embargo, la recompensa que recibimos a
cambio de ser amables en circunstancias opresivas consiste en una
intensificación de los malos tratos.
Aunque una mujer piense que el hecho de
ser ella misma le granjeará la hostilidad de los demás, esta tensión psíquica
es precisamente lo que necesita para
poder desarrollar el alma y crear un
cambio.
Por eso la madrastra y las
hermanastras deciden enviar lejos a
Vasalisa, pensando en su fuero interno: “Vete
al bosque, Vasalisa, vete a ver a la Baba Yagá y, si sobrevives, ja, ja –cosa que no ocurrirá-, puede que te aceptemos. “ Se trata de una idea de importancia
decisiva, pues muchas mujeres se quedan atascadas a medio camino de este proceso de iniciación…como si estuvieran
medio dentro y medio fuera del aro.
A pesar de la existencia del depredador natural de la psique que dice “! Muérete ¡”, “!déjalo ¡” y “¿Por qué no te rindes?, de una manera prácticamente
automática, la cultura en la que vive una mujer y la familia en la que creció
pueden intensificar dolorosamente este natural pero moderado aspecto negativo
de la psique.
Por ejemplo, las mujeres que se han criado en familias que no
aceptan sus cualidades se lanzan una y
otra vez al cumplimiento de impresionantes hazañas…sin saber por qué.
Experimentan la necesidad de tener tres doctorados universitarios, colgar boca
abajo desde la cumbre del Everest o
llevar a cabo toda suerte de arriesgadas y costosas proezas que les ocupan
mucho tiempo para demostrar su valía a su familia. “¿Ahora me aceptáis? ¿No?. Muy bien pues (suspiro), ahora veréis.” El ganglio de la familia putativa nos
pertenece cualquiera que sea el medio a través del cual lo hayamos recibido, y nuestra obligación es deshacernos de
él con autoridad. Sin embargo, sabemos que, para que esta profunda tarea pueda
seguir adelante, el hecho de tratar de demostrar la propia valía al coro de
celosas brujas es inútil y, tal como
veremos más adelante, incluso obstaculiza la
iniciación.
Vasalisa cumple sus tareas
cotidianas sin quejarse. El hecho de someterse puede parecer una heroicidad,
pero, en realidad, provoca más presiones y
conflictos entre las dos naturalezas contrarias, la demasiado buena y la demasiado exigente. Tal como
ocurre con el conflicto entre el hecho de someterse a los deseos de los demás y
el de ser una misma, esta presión conduce a
un buen final. La mujer que se debate entre ambas cosas va por buen camino, pero tiene que dar los pasos que todavía le
quedan.
En el cuento, las parientes
putativas exprimen hasta tal punto la naciente psique que, a causa de sus intrigas, el
fuego se apaga. En este momento una mujer empieza a desorientarse. Puede que tenga frío, se sienta sola y esté dispuesta a hacer cualquier cosa para recuperar el fuego. Ésta es justo la
sacudida que necesita la mujer demasiado amable para poder proseguir su camino
hacia su propio poder. Vasalisa
tiene que conocer a la Gran Bruja
Salvaje porque necesita pegarse un
buen susto.
Tenemos que abandonar el coro de los detractores y adentrarnos en el bosque. No podemos
quedarnos y marcharnos al mismo
tiempo.
Vasalisa, como nosotras,
necesita una luz que la ayude a distinguir entre lo que es bueno para ella y
lo que no. No podrá desarrollarse mientras siga siendo la criada de todo el mundo. Las mujeres que tratan de ocultar sus
más profundos sentimientos se están
matando. El fuego se apaga. Es como una dolorosa forma de cese temporal de las funciones vitales. Pero, al mismo tiempo y quizá con una cierta crueldad, el hecho
de que el fuego se apague ayuda a
Vasalisa a salir de su sumisión. Y
la induce a morir a su antigua vida y entrar temblando en una nueva vida basada en una clase más
antigua y más sabia de conocimiento interior.
TERCERA TAREA
NAVEGAR A
OSCURAS
En esta parte del cuento, el
legado de la madre muerta –la muñeca- guía a Vasalisa a través de la oscuridad hasta la casa de Baba Yagá. Las tareas
psíquicas de esta fase: Acceder a
adentrarse en el lugar de la profunda iniciación (entrar en el bosque) y empezar
a experimentar el nuevo numen de la posesión de la capacidad intuitiva,
percibido por la mujer como peligroso. Aprender a desarrollar la percepción del
misterioso inconsciente y confiar exclusivamente en los propios sentidos
internos. Aprender el camino de regreso a la casa de la Madre Salvaje
(siguiendo las instrucciones de la muñeca). Aprender a alimentar la intuición
(dar de comer a la muñeca). Dejar que la frágil doncella ignorante se muera un
poco más. Desplazar el poder a la muñeca, es decir, a la intuición.
La muñeca de Vasalisa procede
de las reservas de la Vieja Madre
Salvaje. Las muñecas son uno de los
simbólicos tesoros de la naturaleza instintiva. En el caso de Vasalisa, la
muñeca representa la vidita, la fuerza vital instintiva, feroz y resistente. Por muy grande que sea el embrollo en el que nos
encontremos, ésta sigue viviendo oculta en
nuestro interior.
A lo largo de muchos siglos
los seres humanos han experimentado la
sensación que las muñecas irradian no sólo santidad sino también mana, una
impresionante e irresistible
presencia que actúa sobre las personas, provocando en ellas un cambio espiritual. Por ejemplo,
entre los curanderos rurales, la
raíz de la mandrágora es alabada por su parecido con el cuerpo humano, pues
tiene apéndices en forma de brazos y piernas y una nudosa protuberancia en
forma de cabeza. Dicen que posee un gran poder espiritual. Se cree que los que
hacen los muñecos les infunden vida. Algunos se utilizan en rituales,
ceremonias, ritos de vudú, hechizos amorosos y maldades de todo tipo. Cuando yo
vivía entre los cuna de las islas situadas frente a la costa de Panamá, las
figurillas de madera se utilizaban como símbolos de autoridad para recordarle a
uno el propio poder.
Los museos de todo el mundo
están llenos a rebosar de ídolos y figurillas hechas de arcilla, madera y
metales. Las figurillas del paleolítico y el neolítico son muñecos. Las galerías de arte están llenas de muñecos. En el
arte moderno, las momias de tamaño natural de Segal envueltas en gasa son
muñecos.
Desde muy antiguo, entre los miembros de las familias reales se han
ido regalando muñecos como señal de
buena voluntad. En las iglesias rurales de todo el mundo hay muñecos que son
imágenes de santos. A las imágenes
de los santos no sólo se las baña con regularidad y se las viste con prendas
confeccionadas a mano sino que incluso se las “saca de paseo” para que
contemplen el estado de los campos y de la gente e intercedan en el cielo en
favor de los seres humanos.
El muñeco es el simbólico
homunculus*, el símbolo de lo
numinoso que se oculta en los seres humanos, un pequeño y resplandeciente facsímil del Yo original. Exteriormente, no es más que un muñeco. Pero, en
realidad, representa un minúsculo fragmento de alma que contiene toda la sabiduría del Yo espiritual. En la muñeca está la voz en diminutivo de la vieja La Que Sabe.
El muñeco, está relacionado con los símbolos del duende, el trasgo, el gnomo, el hada y el enano. En
los cuentos de hadas éstos representan un
profundo latido de sabiduría dentro de la cultura de la psique. Son las
criaturas que llevan adelante la
prudente obra interior y que jamás
se cansan. La psique actúa incluso cuando dormimos, muy especialmente cuando
dormimos, e incluso cuando no somos
plenamente conscientes de lo que
hacemos.
*En latín diminutivo de homo, es decir, “hombrecillo”, pequeño ser dotado de poder sobrenatural que los alquimistas afirmaban poder crear a partir de esperma y sangre, según las indicaciones de Paracelso. (N. de la T.)
De esta manera la muñeca
representa el espíritu interior de
las mujeres; la voz de la razón
interior, de la sabiduría y la conciencia interiores. La muñeca
es como el pajarillo de los cuentos
de hadas que aparece y habla en
susurros al oído de la heroína, el que revela la existencia del enemigo interior y dice lo que hay que hacer. Ésta es la sabiduría del homúnculos, el pequeño ser que llevamos dentro.
Es nuestro socorredor
invisible, pero siempre accesible.
La mayor bendición que una
madre puede dar a su hija es el
sentido cierto de la veracidad de su propia intuición. La intuición se
transmite de progenitor a hijo con
la mayor sencillez posible: “Has
juzgado muy bien. “¿Qué crees tú que
hay detrás de todo eso?” Más que
definir la intuición como una especie de imperfecta rareza irracional,
podríamos definirla como la
auténtica voz del alma.
La intuición percibe el
camino que hay que seguir para poder sacar el mayor provecho posible de una
situación. Tiene instinto de conservación, capta los motivos y la intención subyacente y opta por aquello que causará la menor
fragmentación posible en la psique.
En el cuento de hadas el
proceso es muy similar. La madre de Vasalisa le hace un extraordinario regalo a
su hija, uniéndola a la muñeca. La unión con la propia intuición fomenta una serena confianza en ella, ocurra lo
que ocurra. Cambia la actitud de la mujer, haciéndola pasar de un “lo que sea sonará” a un “Voy a ver lo que hay que ver”.
¿Qué utilidad
tiene esta intuición salvaje para las mujeres? Como el lobo, la intuición tiene garras que abren las cosas y las inmovilizan, tienen ojos que
pueden ver a través de los escudos
protectores de la persona y orejas
que oyen más allá del alcance del oído humano. Con estas formidables
herramientas psíquicas la mujer adquiere una astuta e incluso precognitiva conciencia animal que intensifica su
feminidad y agudiza su capacidad de
moverse confiadamente en el mundo exterior.
Ahora Vasalisa va en busca de
unas brasas para volver a encender
el fuego. Cruza el bosque en medio de la oscuridad y lo único que puede hacer es prestar atención a la voz interior de la muñeca.
Está aprendiendo a confiar en esta relación y está aprendiendo además, otra cosa: a alimentar a la muñeca.
¿Qué hay que darle
de comer a la intuición para que esté debidamente alimentada y responda a nuestra
petición de explorar lo que nos rodea?
Se le da de comer vida…prestándole atención.
¿De qué sirve una voz sin un oído
que la reciba? ¿De qué sirve una
mujer en la selva de la megápolis o
de la vida cotidiana si no puede oír y
fiarse de la voz de La Que Sabe?
He oído decir a las mujeres,
no cien sino mil veces: “Sé que
hubiera tenido que fiarme de mi intuición. Intuí que debería/no debería haber
hecho tal cosa o tal otra, pero no hice caso”.
Alimentamos el profundo yo intuitivo prestándole atención y siguiendo sus consejos. Es un
personaje por derecho propio, un mágico ser del tamaño de una muñeca
que habita en la tierra psíquica interior de
la mujer. Si el músculo no se ejercita, al final se debilita. A la intuición le
ocurre exactamente lo mismo. Sin alimento, sin ejercicio, se atrofia.
El alimento de la muñeca es
un ciclo esencial del arquetipo de la Mujer Salvaje, la guardiana de los tesoros ocultos. Vasalisa
alimenta a la muñeca de dos maneras,
primero con un trozo de pan, un
trozo de vida para su nueva aventura psíquica, y después encontrando el camino de la casa de la Vieja Madre
Salvaje, la Baba Yagá. Si prestamos atención a la muñeca –en cada
curva y en cada encrucijada-, la
muñeca indica por donde se va a
casa. Nosotras, como Vasalisa, fortalecemos nuestro vínculo con nuestra naturaleza intuitiva
prestando atención a nuestro
interior a cada vuelta del camino. “¿Tengo que ir por aquí o por allí? ¿Tengo que quedarme o
me tengo que ir? ¿Tengo que resistir
o ser flexible? ¿Tengo que huir o
acercarme? ¿Esta persona, este
acontecimiento, esta arriesgada empresa es verdadera o falsa?”
A menudo la ruptura del
vínculo entre la mujer y su
intuición salvaje se interpreta erróneamente como una ruptura de la intuición.
Pero no es así. No es la intuición
la que se rompe sino más bien el don
matrilineal de la intuición, la
transmisión de la confianza intuitiva entre una mujer y todas las mujeres de su linaje que la han precedido, es este
largo río de mujeres que se ha represado. Como consecuencia de ello, cabe la
posibilidad de que la comprensión de
la sabiduría intuitiva de una mujer se debilite, pero ésta se puede recuperar y volver a manifestar plenamente por medio del ejercicio.
Las muñecas se utilizan como
talismanes. Los talismanes son recordatorios de lo que se siente, pero no
se ve, de lo que es así, pero no
resulta obvio con carácter inmediato. El numen talismánico de la imagen de la
muñeca nos recuerda, nos dice y
prevé las cosas. Esta función intuitiva pertenece a todas las mujeres. Es una receptividad masiva y fundamental. No una receptividad como
la que antiguamente se enseñaba en la psicología tradicional, es decir, la de
un recipiente vacío sino una receptividad que consiste en tener acceso inmediato a
una profunda sabiduría que llega hasta los mismísimos huesos de las mujeres.
CUARTA TAREA:
EL
ENFRENTAMIENTO CON LA BRUJA SALVAJE
En esta parte del cuento,
Vasalisa se enfrenta cara a cara con
la Bruja Salvaje. Las tareas de este encuentro son las siguientes: Poder resistir la contemplación del rostro
de la temible diosa salvaje sin temblar, es decir poder enfrentarse con la
imago* de la madre feroz (la reunión con la Baba Yagá). Familiarizarse con el
arcano, lo extraño, la “otredad” de lo salvaje (vivir durante algún
tiempo en la casa de Baba Yagá). Incorporar a nuestras vidas algunos de sus
valores, convirtiéndonos con ello en unos seres un poco raros en el buen
sentido (comiendo su comida). Aprender a enfrentarnos con un gran poder, con el
de los demás y posteriormente con el nuestro.
Dejar que muera un poco más la frágil niña demasiado
dulce.
*En psicoanálisis, la representación inconsciente que preside la relación del sujeto con las cosas que lo rodean. (N. de la T.)
Baba Yagá vive en una casa
que se levanta sobre unas patas de gallina y
que gira y da vueltas siempre que le apetece. En los sueños, el símbolo de la casa representa la organización del espacio psíquico en
el que habita una persona tanto a
nivel consciente como inconsciente. Por una curiosa ironía, si este cuento
fuera un sueño equilibrador, la extraña casa significaría que la persona, en
este caso Vasalisa, es demasiado anodina y
vulgar y necesita girar y dar vueltas para averiguar qué tal
sería bailar como una gallina loca
de vez en cuando.
Vemos por tanto que la casa
de la Yagá pertenece al mundo
instintivo y que Vasalisa necesita
aumentar la presencia de este elemento en su personalidad. Esta casa camina con
sus patas de gallina y evoluciona en
una especie de danza saltarina. La casa está viva y rebosa de entusiasmo y
de alegría vital.
Estos atributos son los
principales fundamentos de la psique arquetípica de la Mujer Salvaje; una gozosa y salvaje fuerza vital, en la que las casas bailan, los objetos
inanimados, como los almireces, vuelan como los pájaros, la vieja puede
practicar la magia y nada es lo que
parece, aunque sea en buena parte mucho mejor de lo que parecía al principio.
Vasalisa empezó con lo que
podríamos llamar una personalidad exterior insípida y aplanada. Esta “hipernormalidad” se va apoderando poco a poco de nosotros
hasta hacer que nuestra vida se convierta en
algo rutinario, en una existencia exánime sin que nosotras lo queramos
realmente. Esto fomenta que no se
preste atención a los dictados de la
intuición, lo que a su vez conlleva
una falta de iluminación psíquica.
Por consiguiente, tenemos que hacer algo, tenemos que adentrarnos en el bosque, ir
en busca de la temible mujer para evitar que algún día, bajando por la calle,
se abra una tapa de alcantarilla y algo inconsciente nos agarre y nos sacuda como un trapo, alegremente
o no, más bien no, aunque siempre
con buena intención.
La entrega de la muñeca
intuitiva por parte de la dulce madre inicial queda incompleta sin las pruebas a que nos somete la Vieja Salvaje y sin las tareas que ésta nos encomienda. Baba Yagá es el tuétano de la psique instintiva e integrada. Lo deducimos de lo que
ella sabe acerca de todo lo que ha ocurrido anteriormente. “Sí –dice cuando llega
Vasalisa-, te conozco y conozco a
los tuyos.”
Además, en sus
encarnaciones como Madre de los Días y Madre Nyx (Madre Noche, una diosa de la
Vida/Muerte/Vida), la vieja Baba Yagá es la
guardiana de los seres celestes y
terrestres: el Día, el Sol Naciente y la Noche. Los llaman “mí Día, mí Noche”
Baba Yagá es temible, pues
representa al mismo tiempo el poder
de la aniquilación y el poder de la fuerza vital. Contemplar su rostro es contemplar la vagina dentada, unos ojos de sangre, el recién nacido perfecto y las alas de los ángeles todo de
golpe.
Y Vasalisa permanece allí y acepta a esta salvaje divinidad materna, con su sabiduría, sus
verrugas y todo lo demás. Una de las
facetas más extraordinarias de la Yagá descrita en este cuento es el hecho de
que, a pesar de sus amenazas, es justa. No le hace daño a Vasalisa
siempre y cuando ésta la respete. El
respeto en presencia del poder es
una lección esencial. Una mujer tiene que ser capaz de permanecer en presencia del poder, pues, al final, una parte de
este poder será suya. Vasalisa se enfrenta a
Baba Yagá sin servilismo, jactancia o
bravuconería y tampoco huye o se esconde. Se presenta honradamente
tal como es.
Muchas mujeres se están
recuperando de sus complejos de “amabilidad
desmesurada”, en los que,
cualesquiera que fueran sus sentimientos y
quienquiera que las atacara, ellas reaccionaban con una dulzura rayana en la
adulación. Pero aunque de día sonrieran amablemente, de noche enseñaban los
dientes como fieras, pues la Yagá de
sus psiques estaba pugnando por manifestarse.
Esta exagerada amabilidad y este afán de acomodarse a los deseos de los demás suelen
producirse cuando las mujeres temen desesperadamente ser privadas de sus derechos o ser consideradas “innecesarias”. Dos de los más conmovedores sueños
que he oído en mi vida los tuvo una joven que necesitaba ser menos sumisa. En
el primero de ello heredaba un álbum de fotos especial en el que figuraban unas
fotografía de la “Mujer Salvaje”. Se puso muy contenta hasta que, a la
semana siguiente, soñó que abría un álbum parecido y veía a una vieja horrible, mirándola fijamente. La bruja tenía
unos dientes cubiertos de musgo y le bajaba por la barbilla un hilillo de negro jugo de betel.
Este sueño es típico de las
mujeres que se están recuperando de
su excesiva dulzura. El primer sueño revela un lado de la naturaleza salvaje…el
benévolo y generoso, todo lo que está bien en el mundo personal. Sin embargo,
cuando aparece la Mujer Salvaje con los dientes cubiertos de musgo,
entonces…ah, bueno, mmm…¿no
podríamos dejarlo para más tarde? La
respuesta en no.
El inconsciente, con su habitual brillantez, muestra a la soñadora una nueva forma de vivir
que no es simplemente la sonrisa de
los dientes frontales de la mujer demasiado amable. Enfrentarnos con este
salvaje poder creador que llevamos dentro significa tener acceso a la miríada de rostros de lo femenino subterráneo. Éstos son
innatos en nosotras y podemos
habitar en los que nos sean más útiles en
los distintos momentos.
En este drama de la iniciación, Baba Yagá es la naturaleza instintiva disfrazada de
bruja. Al igual que la palabra “salvaje”, a palabra “bruja” posee un matiz
peyorativo, pero hace tiempo era un calificativo que se aplicaba a sanadoras tanto jóvenes como viejas
en la época en que la imagen religiosa monoteísta aún no se había impuesto a las antiguas culturas panteístas que
entendían la Divinidad a través de
múltiples imágenes religiosas del universo y todos sus fenómenos. Pero, aun así, la bruja, la naturaleza
salvaje y cualquier otra criatura u otro aspecto integral que la cultura
considera desagradables son en la
psique de las mujeres unos elementos muy
positivos que a menudo éstas
necesitan recuperar y sacar a la
superficie.
Buena parte de la literatura
acerca del tema del poder femenino afirma que los hombres temen ese poder- “! Madre de Dios ¡ -siento deseos de exclamar-.
Hay muchas mujeres que también temen el poder femenino,
pues los viejos atributos y las
fuerzas femeninas son muy amplios y
son en efecto impresionantes. Se comprende que la primera vez que se enfrentan
cara a cara con los Viejos Poderes
Salvajes tanto los hombres como las mujeres los miren con inquietud y den media
vuelta; y que lo único que veamos de ellos sean el envés de las pezuñas y las
atemorizadas colas de lobo volado al viento.
Para que los hombres puedan
aprender a resistirlo, está
clarísimo que las mujeres tienen que aprender a resistirlo. Para que los hombres puedan comprender a las mujeres, éstas les tendrán que
enseñar las configuraciones de lo femenino salvaje, Para ello, la función
soñadora de la psique conduce por la
noche a la Yagá y a todas sus huestes directamente a los dormitorios de las mujeres durante el sueño. Con un poco de
suerte, la Yagá dejará sus grandes y
anchas huellas en la alfombra al
lado de nuestra cama. Vendrá a
contemplar a aquellas que no la
conocen. Cuando llegamos tarde a
nuestra iniciación, se pregunta por qué no vamos a visitarla y es ella la que viene a visitarnos por la noche durante el
sueño.
Una mujer a quien yo traté
veía en sus sueños a unas mujeres vestidas con unos camisones hechos jirones,
comiendo cosas que jamás se hubieran podido encontrar en el menú del restaurante. Otra mujer soñaba con una anciana que,
bajo la apariencia de una vieja
bañera con patas en forma de garra, hacía vibrar sus cañerías y amenazaba con reventarlas a no ser
que la soñadora derribara una pared para que ella pudiera “ver”. Una tercera mujer
soñaba que era una de las tres componentes de
un grupo de tres ancianas ciegas, sólo que ella perdía constantemente el carnet de conducir y tenía que
abandonar y tenía que abandonar
constantemente el grupo para buscarlo. En cierto sentido se podría decir que
tenía dificultades para identificarse con
las tres Parcas, las fuerzas que
presiden la vida y la muerte en la psique. Pero con el tiempo ella también
aprendió a resistir y a no apartarse de lo que tanto miedo
le daba al principio, es decir, su
propia naturaleza salvaje.
Todas estas criaturas de los
sueños le recuerdan a la soñadora su
yo elemental: el Yo de la Yagá, el
enigmático y profundo poder de la Madre de la Vida/Muerte/Vida. Sí,
estamos diciendo que ser yagaístas es bueno y tenemos que resistirlo. Ser fuerte no significa tener músculos y
hacer flexiones. Significa afrontar la propia numinosidad sin huir, viviendo activamente con la naturaleza salvaje cada una a su manera. Significa poder aprender,
poder resistir lo que sabemos.
Significa resistir y vivir.
QUINTA TAREA:
EL SERVICIO A
LO IRRACIONAL
En esta parte del cuento
Vasalisa le ha pedido fuego a Baba Yagá y la Yagá accede a dárselo…pero sólo en
el caso de que, a cambio, ella se
preste a hacerle algunas tareas domésticas. Las tareas psíquicas de esta fase
de aprendizaje son las siguientes: Quedarse
con la bruja, aclimatarse a los grandes poderes salvajes de la psique femenina.
Comprender su poder (el propio poder) y el de las purificaciones interiores;
limpiar, clasificar, dar de comer, construir energías e ideas (lavar la ropa de
la Baba Yagá, guisar para ella, limpiarle la casa y clasificar los elementos).
No hace mucho tiempo, las
mujeres mantenían una estrecha relación con
los ritmos de la vida y de la
muerte. Aspiraban el intenso olor a
hierro de la sangre fresca del parto. Y lavaban también los cuerpos medio fríos
de los muertos. La psique de las
mujeres modernas, sobre todo de las que pertenecen a las culturas industriales y tecnológicas, se ven privadas a
menudo de estas benditas y fundamentales experiencias de
transmisión directa. Pero hay un medio para que la novata participe plenamente de los delicados aspectos de los ciclos
de la vida y la muerte.
Baba Yagá, la Madre Salvaje,
es la maestra a la que podemos
recurrir en estas cuestiones. Ella enseña cómo ordenar la casa del alma. Infunde en el ego un orden alternativo, en el que la magia puede ocurrir, la
alegría es posible, el apetito
permanece intacto y las tareas se
llevan a cabo con placer.
Baba Yagá
es el modelo de la fidelidad al Yo. Enseña la muerte y la
renovación.
En el cuento, le enseña a
Vasalisa a cuidar la casa psíquica
de lo femenino salvaje. La colada de Baba Yagá es un símbolo extraordinario. En los países arcaicos, todavía en la
actualidad, para lavar la ropa hay que
bajar al río y allí se hacen las abluciones rituales que la gente lleva
haciendo desde tiempos inmemoriales para
renovar la ropa. Es un símbolo
espléndido de la purificación de toda la orientación de la psique.
En la mitología, el lienzo tejido es obra de las madres
de la Vida/Muerte/Vida. Por ejemplo, en el Viejo Continente tenemos a las Tres Parcas: Cloto, Láquesis y
Átropo. En el Nuevo Continente tenemos a
la Na`ashjéü Asdzáá, la Mujer Araña que regaló el don del tejido a los diné (los
navajos). Estas madres de la
Vida/Muerte/Vida enseñan a las
mujeres la sensibilidad necesaria
para identificar lo que tiene que
morir y lo que tiene que vivir, lo que se tiene que cardar y lo que se tiene que tejer.
En el
cuento, Baba Yagá encarga a Vasalisa hacer la
colada para que este tejido, estos
dibujos que conoce la diosa de la
Vida/Muerte/Vida, salgan al exterior
y afloren a la conciencia; para transmitirlos, lavarlos, renovarlos.
Lavar algo es un ritual de purificación eterno. Significa no sólo purificar sino también
–como el bautismo, del latín baptisma,
ablución, inmersión- empanar, impregnar de
numen espiritual y misterio. En el
cuento la colada es la primera
tarea. Significa tensar de nuevo lo
que se había aflojado con el uso. Las prendas de vestir son como nosotras, se
siguen lavando hasta que, como
nuestras ideas y nuestros valores,
se aflojan con el tiempo. La
renovación, la vivificación, tiene
lugar en el agua, en el redescubrimiento de lo que
realmente consideramos verdadero, de lo
que realmente consideramos sagrado.
En el simbolismo arquetipo, las prendas de vestir simbolizan la persona,
lo primero de nosotros que ven los demás. La persona es una especie de camuflaje que sólo permite a los demás ver de nosotros lo que nosotros queremos que vean y nada más. Pero la persona tiene también otro significado más
antiguo, el que se encuentra presente en todos los ritos mesoamericanos y que también conocen las cantadoras, cuentistas y curanderas. La
persona no es una simple máscara
detrás de la que uno se oculta sino una
presencia que eclipsa la personalidad exterior. En este sentido, la persona o máscara es un signo de categoría,
virtud, carácter y autoridad. Es el significador exterior, la exhibición
externa de dominio.
Me encanta esta tarea de iniciación que exige a la mujer purificar las personas,
las prendas de la autoridad de la
gran Yagá del bosque, lavando la ropa de la Yagá, la mujer verá cómo se cosen
las costuras de la persona y qué patrones siguen los
vestidos. Y no tardará en tener algunas de estas personas en su armario
entre otras que ha confeccionado a
lo largo de toda su vida.
Se comprende fácilmente que
los signos de poder y autoridad de
la Yagá –sus prendas de vestir- estén hechas tal como es ella desde
un punto de vista psicológico: fuerte y
resistente. Lavar su ropa es una metáfora a
través de la cual aprendemos a
presenciar, examinar y asumir esta
combinación de cualidades.
Aprendemos a clasificar, remendar y renovar la psique instintiva por medio de una purificación, un lavado o purificación de las fibras del ser.
La siguiente tarea de
Vasalisa es barrer la cabaña y el patio. En los cuentos de hadas de
la Europa oriental, las escobas sueles estar hechas con ramas de árboles y arbustos y, a veces, de raíces de plantas
fibrosas. La misión de Vasalisa es pasar este objeto hecho con materia vegetal por los sucios de la casa y el patio con el fin de eliminar los desechos. La mujer sabia mantiene ordenado su ambiente psíquico. Y lo hace conservando la cabeza clara, conservando un
espacio libre para su trabajo, y
esforzándose por llevar a feliz
término sus ideas y proyectos.
A muchas mujeres dicha tarea
les exige que cada día dejen libre un espacio para la meditación, un espacio para vivir que sea indiscutiblemente suyo y con papel, plumas, pinturas,
herramientas, conversaciones, tiempo y
libertades destinadas exclusivamente a este fin muchas de ellas adquieren ese
tiempo y ese lugar especiales para
el trabajo a través del
Psicoanálisis la contemplación, la meditación, la aceptación de la soledad y
otras experiencias de descenso y
transformación. Cada mujer tiene sus preferencias, su manera de hacer.
Si la tarea se puede llevar a cabo en la cabaña de Baba Yagá, tanto
mejor. Pero incluso el hecho de llevarla a
cabo en las inmediaciones de la cabaña es mejor que lejos de ella. En cualquier caso, hay que ordenar la vida
salvaje con regularidad. No es bueno
acudir a ella un día o unos cuantos
días al año.
Pero, puesto que lo que barre
Vasalisa es la cabaña de Baba Yagá y
puesto que se trata del patio de Baba Yagá, estamos hablando también de mantener claras y ordenadas las ideas insólitas. Entre estas ideas se incluyen las que son poco habituales, las místicas, espirituales y extrañas.
Barrer la casa significa no sólo valorar la vida no superficial sino también preocuparse
por su limpieza. A veces las mujeres se
hacen un lío con el trabajo espiritual y
descuidan su arquitectura hasta el punto de que la maleza la invade. Poco a poco las estructuras de la psique se
van llenando de malas hierbas hasta
convertirse prácticamente en una ruina arqueológica oculta en el inconsciente
de la psique. Un cíclico y decisivo
barrido impedirá que eso ocurra. Cuando las mujeres limpian el espacio, la naturaleza salvaje se
desarrolla mejor.
Cuando queremos guisar para
Baba Yagá, nos preguntamos literalmente ¿cómo
se da de comer a la Baba Yagá de la psique, qué se le da de comer a una diosa
tan salvaje? En primer lugar, si
alguien quiere guisar para la Yagá, tiene que
encender el fuego; una mujer tiene que estar dispuesta a arder al rojo vivo, a
arder con pasión, a arder con
palabras, con ideas, con deseo de cualquier cosa que ella aprecie sinceramente. Esta
pasión es la que, de hecho, permite guisar y
lo que se guisa son las sólidas
ideas originales de una mujer. Si
alguien quiere guisar para la Yagá tiene que procurar que debajo de la propia vida creativa haya un buen fuego.
A casi todas nosotras nos
irían mejor las cosas si nos
acostumbráramos a vigilar el fuego
que arde debajo de nuestro trabajo, si vigiláramos con más detenimiento el proceso de cocción destinado a alimentar el Yo salvaje. Demasiado a menudo nos apartamos de la olla, de
la cocina. Nos olvidamos de vigilar,
de añadir combustible y de remover. Pensamos erróneamente que
el fuego y la cocción son como una
de esas resistentes plantas de interior que pueden pasarse ocho meses sin agua
antes de perecer. Pero no es así. El fuego necesita, exige vigilancia, pues la llama se apaga fácilmente. Hay que
dar de comer a la Yagá. El hecho de
que pase hambre se paga muy caro.
Por consiguiente, la
elaboración de nuevos platos
completamente originales, de nuevos
rumbos, de compromisos con el propio
arte y el propio trabajo es la que
constantemente alimenta el alma
salvaje. Estas mismas cosas alimentan a
la Vieja Madre Salvaje y le dan
sustento a nuestra psique.
Sin el fuego,
nuestras grandes ideas, nuestros pensamientos originales y nuestros anhelos y
aspiraciones no se podrán guisar y todo el mundo quedará insatisfecho.
Por otra parte, cualquier cosa que hagamos complacerá a
la Madre Salvaje y nos alimentará a todas, siempre y cuando tenga fuego.
En el desarrollo de las
mujeres todas estas acciones “domésticas”, el guisar, el lavar, el barrer,
cuantifican algo que rebasa los límites de
lo ordinario. Todas estas metáforas ofrecen maneras de pensar, medir, alimentar, fortalecer, limpiar y ordenar la vida espiritual.
Vasalisa es iniciada en todas
estas cosas y su intuición la ayuda a realizar las tareas. La naturaleza
instintiva tiene la habilidad de medir
las cosas a primera vista, pesar en un instante, limpiar los
desperdicios que rodean una idea,
identificar la esencia de las cosas,
infundirle vitalidad, guisar las
ideas crudas y preparar comida para
la psique. Vasalisa, por medio de la muñeca de la intuición, aprende a
clasificar, comprender, organizar y
mantener limpia y en orden la casa psíquica.
Aprende además, que la Madre Salvaje necesita mucho alimento
para poder cumplir su función. A
Baba Yagá no se la puede poner a
régimen con una hoja de lechuga y una taza de café cargado. Si la mujer quiere
estar cerca de ella, tiene que comprender que a la Madre Salvaje le apetecen ciertas cosas. Para poder mantener una relación con lo antiguo femenino
hay que guisar mucho.
Por medio de todas estas
tareas Baba Yagá enseña y Vasalisa
aprende a no retroceder ante lo
grande y poderoso, lo cíclico, lo imprevisto, lo
inesperado, la, vasta e inmensa
escala del tamaño de la naturaleza, lo
raro, lo extraño y lo insólito.
Los ciclos femeninos según
las tareas de Vasalisa son los siguientes: Purificar
los propios pensamientos y renovar regularmente los propios valores. Eliminar
las trivialidades que ocupan la psique, barrer el propio yo, limpiar con
regularidad los propios pensamientos y estados emocionales. Encender un fuego
duradero debajo de la vida creativa y guisar sistemáticamente ideas significa
sobre todo guisar con originalidad mucha vida sin precedentes para poder
alimentar la relación entre la mujer y su naturaleza salvaje.
Vasalisa, gracias al tiempo
pasado al lado de la Yagá, asumirá finalmente una parte de los modos y el estilo
de la Yagá. Y nosotras también. Nuestra misión, a nuestra limitada manera humana, será ajustarnos a ella. Y eso es lo que aprendemos a hacer, aunque nos sintamos al mismo
tiempo intimidadas, pues en la tierra de Baba Yagá hay cosas que vuelan por el
aire de noche y que se despiertan de
nuevo al rayar el alba, todas ellas llamadas y evocadas por la naturaleza instintiva salvaje. Están los huesos de los muertos que nos siguen hablando,
están los vientos, los destinos y los soles, la luna y el cielo, y todo eso vive en el interior de
su gran baúl. Pero ella mantiene el
orden. El día sigue a la noche y una estación sigue a otra. Baba Yagá no actúa al azar. Es
Rima y Razón.
En el cuento, la Yagá
descubre que Vasalisa ha terminado todas las tareas que se le han encomendado y se alegra, aunque también se
decepciona un poco por el echo de no
poder regañar a la chica. Por consiguiente, para asegurarse de que Vasalisa no dé nada por descontado, Baba Yagá le
dice “Que hayas llevado a cabo el
trabajo que te encomendé no
significa que lo puedas volver a hacer. O sea que aquí tienes otro día de tarea. A ver cómo te las arreglas,
querida, de lo contrario…”
Una vez más, gracias a la ayuda de la guía instintiva,
Vasalisa termina el trabajo y la Yagá le da a regañadientes y
refunfuñando su aprobación, el tipo de aprobación que suelen dar
las viejas que han vivido mucho tiempo y
han visto muchas cosas que preferirían no
haber visto, aunque se enorgullezcan en cierto modo de haberlo hecho.
SEXTA TAREA:
LA SEPARACIÓN
ENTRE ESTO Y AQUELLO
En esta parte del cuento,
Baba Yagá impone a Vasalisa dos
tareas muy difíciles. Las tareas psíquicas de una mujer son las siguientes: Aprender a separar una cosa de la otra con el mejor criterio posible,
aprender a establecer sutiles
distinciones de juicio (separando el maíz anublado del bueno y sacando las
semillas de adormidera mezcladas con un montón de tierra). Observar el poder
del inconsciente y su funcionamiento
incluso cuando el ego no es consciente de ello (los pares de manos que aparecen
en el aire). Aprender algo más acerca de la vida (el maíz) y la muerte (las
semillas de adormidera).
A Vasalisa se le pide que
separe cuatro sustancias: que aparte
el maíz añublado del maíz bueno y
que aísle las semillas de adormidera de la tierra con la que están mezcladas.
La muñeca intuitiva consigue realizar ambas tareas. A veces, este proceso de
clasificación se produce a un nivel
tan profundo que apenas somos
conscientes de él hasta que un día…
La clasificación a la que se
refiere el cuento es la que se
produce cuando nos enfrentamos con un dilema o una pregunta, pero casi
nada nos ayuda a resolverlo. Sin
embargo, si lo dejamos reposar y
regresamos más tarde, es posible que nos encontremos con una buena respuesta allí donde antes no había nada. “Si nos
vamos a dormir, a ver qué soñamos”, puede que la vieja de los dos
millones de años venga a visitarnos
desde su tierra nocturna. A lo mejor, nos
traerá una solución o nos mostrará que
la respuesta se encuentra debajo de
la cama o en nuestro bolsillo, en un
libro o detrás de la oreja.
Se ha
observado a menudo que una pregunta
hecha antes de acostarse engendra con la práctica una respuesta al despertar. Hay algo en la psique, en la muñeca intuitiva, algo debajo, encima o en el inconsciente colectivo que
clasifica el material mientras dormimos y
soñamos. El hecho de confiar en esta
cualidad también forma parte de la
naturaleza salvaje.
Simbólicamente, el maíz
añublado posee un doble significado.
En forma de licor, se puede usar como sustancia embriagadora o como medicamento. Hay un tipo de
micosis llamado tizón –un hongo velloso y negruzco presente en el maíz
añublado- que se considera alucinógeno.
Varios estudiosos han
formulado la hipótesis de que en los antiguos ritos griegos de la diosa
eleusina* se consumían sustancias alucinógenas derivadas del trigo, la cebada,
la adormidera o el maíz. Además, la
clasificación del maíz que la Yagá le exige a Vasalisa está relacionada con la
recolección de medicinas por parte de las viejas curanderas que hoy en día siguen desarrollando esta labor en todo
el Norte, Centro y Sudamérica. Vemos también los antiguos remedios y tratamientos de la curandera en la
semilla de adormidera, que es suporífero y
un barbitúrico en la tierra que se lleva utilizando desde la más remota
antigüedad y se usa todavía
actualmente en emplastos y cataplasmas, en baños e incluso, en determinadas
circunstancias, para su ingestión oral.
Se trata de uno de los
pasajes más deliciosos del cuento. El
maíz bueno, el maíz añublado, las semillas de adormidera y la tierra son vestigios de la antigua
botica curativa. Estas sustancias se utilizan como bálsamos, ungüentos, infusiones y emplastos para la aplicación de otras medicinas al cuerpo. Como
metáforas también son medicinas para
la mente; algunas alimentan, otras favorecen el descanso, otras provocan
languidez y otras son estimulantes.
Son facetas de los ciclos de la Vida/Muerte/Vida. Baba Yagá no sólo le pide a Vasalisa que separe esto de aquello
para establecer la diferencia entre
cosas parecidas – como el verdadero
amor del falso amor, la vida nutricia de la vida inútil- sino que, además, le pide que diferencie una medicina de otra.
*Deméter,
en cuyo tempo de la ciudad de Eleusis se celebraban unos misterios en su honor
(N. de la T.)
Como los sueños, que pueden
interpretarse a nivel objetivo sin que pierdan su realidad subjetiva, estos
elementos de las medicinas/alimento también tienen un significado simbólico
para nosotras.
Como Vasalisa, también tenemos que clasificar nuestros agentes curativos psíquicos, clasificar
incesantemente con el fin de
comprender que el alimento de la psique es
también una medicina para la psique, y
extraer la verdad y la esencia de
todos estos agentes curativos para nuestro propio alimento.
Todos estos elementos y estas tareas le enseñan a Vasalisa la existencia de los ciclos de la Vida/Muerte/Vida, del toma y daca del cuidado de la naturaleza
salvaje. A veces, para aproximar a
una mujer a esta naturaleza, le pido que cuide un jardín. Un jardín psíquico o
un jardín con barro, tierra, plantas y
todas las cosas que rodean, ayudan y
atacan. Y que se imagine que este
jardín es la psique. El jardín es
una conexión concreta con la vida y la muerte. Incluso se podría decir
que existe una religión del jardín, pues éste nos imparte unas profundas
lecciones psicológicas y
espirituales.
Cualquier cosa que le pueda ocurrir a un jardín le puede ocurrir también al alma y a la psique:
demasiada agua y demasiado poca,
plagas, calor, tormentas, invasiones, milagros, muerte de las raíces,
renacimiento, beneficios, curación, florecimiento, recompensas, belleza.
Durante la vida del jardín, las mujeres llevan un diario en el que anotan
todas las señales de aparición y
desaparición de vida. Cada entrada crea un alimento psíquico. En el jardín
aprendemos a dejar que los
pensamientos, las ideas, las preferencias, los deseos e incluso los amores vivan y mueran.
Plantamos, arrancamos, enterramos. Secamos semillas, las
sembramos, las mojamos, las cuidamos y
cosechamos.
El jardín es una práctica de meditación en cuyo
transcurso vemos cuándo es preciso que
algo muera.
En el jardín se puede ver llegar el momento tanto de la fructificación como de la muerte. En el jardín nos movemos, no contra sino con las inhalaciones y las exhalaciones de una más vasta
naturaleza salvaje.
A través de esta meditación reconocemos que
el ciclo de la Vida/Muerte/Vida es algo natural. Tanto la naturaleza que da vida como la que se enfrenta con la muerte están deseando
nuestra amistad y nuestro eterno
amor. En el transcurso de este proceso nos convertimos en algo análogo a lo salvaje cíclico. Tenemos capacidad para
infundir energía y fortalecer la
vida y también para apartarnos del
camino de lo que se muere.
SÉPTIMA TAREA:
LA INDAGACIÓN
DE LOS MISTERIOS
Una vez contempladas con
éxito las tareas, Vasalisa le hace a
la Yagá unas cuantas preguntas muy acertadas. Las tareas de esta fase son las
siguientes: Preguntar y tratar de
aprender algo más acerca de la naturaleza de la Vida/Muerte/Vida y de sus
funciones (Vasalisa hace preguntas acerca de los jinetes). Aprender la verdad
acerca de la capacidad de comprender todos los elementos de la naturaleza
salvaje (“saber demasiado puede hacer envejecer prematuramente a una persona”).
Todas empezamos con la
pregunta “¿Qué soy yo realmente?”. La Yagá nos enseña que somos Vida/Muerte/Vida, que éste es nuestro ciclo, nuestra especial
percepción de lo profundo femenino.
Cuando yo era pequeña, una de mis tías me contó la leyenda de “Las Mujeres del Agua” de nuestra familia. Me dijo que a la orilla de todos los lagos vivía
una joven que tenía las manos viejas. Su primera misión era infundir tüz –algo
que se podría traducir como alma o “fuego
espiritual”- en docenas de preciosos patos de porcelana. Su segunda misión era darles cuerda con unas llaves de madera
insertadas en las plumas del dorso. Cuando se les acababa la cuerda, los patos
se caían y sus cuerpos se rompían y entonces ella tenía que abanicar con su delantal a
las almas que salían para enviarlas al
cielo. Su cuarta tarea era volver a infundir tüz en los preciosos patos de porcelana, darles cuerda y liberarlos
hacia sus vidas.
El cuento del tüz es uno de los que con más claridad
explican qué hace exactamente la
madre de la Vida/Muerte/Vida con el
tiempo de que dispone. Psíquicamente, la Madre Nyx, Baba Yagá, las Mujeres del Agua, La que Sabe y la Mujer Salvaje constituyen distintas imágenes, distintas edades,
distintos estados de ánimo y aspecto de Dios de la Madre Salvaje. La infusión de tüz en nuestras ideas,
nuestras vidas y las vidas de los
que se relacionan con nosotros es nuestra tarea. El envío del alma hacia su
hogar es nuestra tarea. La
liberación de una lluvia de chispas
que llenan el día y crean una luz
que nos permite encontrar el camino
a través de la noche es nuestra
tarea.
Vasalisa pregunta acerca de
los jinetes que ha visto mientras trataba de encontrar el camino de la cabaña
de Baba Yagá; el hombre blanco montado en
el caballo blanco, el hombre rojo montado en
el caballo rojo y el hombre negro montado en
el caballo negro. La Yagá, como Deméter, es una vieja diosa madre-caballo,
asociada con el poder de la yegua y
también con la fecundidad. La cabaña de Baba Yagá es una cuadra para los
caballos multicolores y sus jinetes.
Las parejas de hombre-caballo hacen que el sol nazca y cruce el cielo de día, y
extienden el manto de la oscuridad sobre el cielo nocturno. Pero hay más.
Los jinetes negro, rojo y
blanco lucen los colores que antiguamente simbolizaban el nacimiento, la vida y
la muerte. Estos colores también
representan los antiguos conceptos del descenso, la muerte y la resurrección; el negro simboliza la disolución de los
propios valores, antiguos, el rojo representa el sacrificio de las ilusiones que antaño se
consideraban valiosas y el blanco es
la nueva luz, la nueva sabiduría que procede del hecho de haber conocido a los
dos primeros.
Las antiguas palabras
utilizadas en la época medieval son nigredo, negrura; rubedo, rojez; y albedo, blancura, y describen una alquimia que sigue el ciclo de la Mujer Salvaje,
la obra de la Madre de la
Vida/Muerte/Vida. Sin los símbolos del
alba, el ascenso de la luz y la misteriosa oscuridad, la mujer no sería lo que es. Sin el crecimiento de la esperanza en nuestros corazones, sin la luz estable –de una vela o de un sol- que nos permita distinguir una cosa
de otra en nuestra vida, sin una
noche en la que todas las cosas se serenan y
de la que todas las cosas pueden nacer, nosotras tampoco podríamos utilizar con provecho nuestras naturalezas
salvajes.
Los colores del cuento son
extremadamente valiosos, pues cada uno de
ellos posee su naturaleza mortal y
su naturaleza vital. El negro es el
color del barro, de lo fértil, de la sustancia esencial en la que se siembran las ideas. Pero el
negro es también el color de la muerte, del oscurecimiento de la luz. Y el negro tiene incluso un tercer aspecto. Es también el color
asociado con aquel mundo entre los mundos en el que se asienta La Loba,
pues el negro es el color del
descenso. El negro es la promesa de
que muy pronto la mujer sabrá algo que antes no sabía.
El rojo es el color del
sacrificio, de la cólera, del asesinato, del ser atormentado y
asesinado. Pero también es el color de
la vida vibrante, de la emoción
dinámica, de la excitación, del eros y del deseo. Es un color que se considera una poderosa medicina contra las
dolencias psíquicas, un color que
despierta el apetito. Hay en todo el mundo una figura conocida como la madre roja. No es tan famosa como la
madre negra o la virgen negra, pero es la
guardiana de las “cosas que brotan”. Es especialmente invocada por
aquellas que están a punto de dar a
luz, pues quienquiera que abandone este mundo o venga a este mundo tiene que cruzar su rojo río. El rojo es
la promesa de que está a punto de
producirse un crecimiento o un nacimiento.
El blanco es el color de lo nuevo, lo puro, lo prístino. Es también el color del alma liberada del
cuerpo, del espíritu liberado del
estorbo de lo físico. Es el color del
alimento esencial, la leche de la
madre. Por el contrario, es también el color de la muerte, de las
cosas que han perdido su aspecto más favorable, su torrente de vitalidad. Donde hay blancura, todo
es de momento una tabula rasa en la que no se ha escrito nada. El blanco es la promesa de que habrá alimento
suficiente para que las cosas
empiecen de nuevo, de que el vacío se
llenará.
Aparte de los jinetes, tanto
Vasalisa como su muñeca visten de rojo, blanco y negro. Vasalisa y su muñeca son el anlagen alquímico. Juntas dan lugar a que Vasalisa sea una muñeca Madre de la Vida/Muerte/Vida
en ciernes. El cuento tiene dos epifanías o
revelaciones. La vida de Vasalisa se revitaliza gracias a la muñeca y a su
encuentro con Baba Yagá y como
consecuencia de ello, gracias a
todas las tareas que aprende a dominar. Hay también dos muertes en el cuento:
la de la inicial madre demasiado
buena y la de su familia putativa.
Pero enseguida nos damos cuenta de que
son muertes necesarias pues al final infieren a la joven psique una vida mucho más plena.
De ahí la importancia de dejar vivir y el dejar morir. Se trata del ritmo básico natural que las mujeres
tienen que comprender y vivir.
Cuando se capta este ritmo, se reduce el
temor, pues podemos anticiparnos al
futuro, a los temblores del suelo y a los vaciamientos de lo que aquél
contendrá. La muñeca y la Yagá son las madres salvajes de todas las mujeres; las que nos
ofrecen las perspicaces dotes
intuitivas del nivel personal y del divino. Ésta es la gran paradoja y enseñanza de la naturaleza
instintiva. Es una especie de
Budismo Lobuno. Lo que es uno es
dos. Lo que es dos es tres. Lo que vive morirá. Lo que muere vivirá.
A eso se refiere Baba Yagá al
decir “saber demasiado puede hacer
envejecer prematuramente a una persona”.
Hay cierta cantidad de cosas que todas debemos saber a cada edad y en cada
fase de nuestra vida. En el cuento, conocer el significado de las manos que aparecen y extraen el aceite del maíz y
de las semillas de adormidera, sustancias ambas que pueden dar la vida y la muerte en sí mismas y
por sí mismas, es querer saber
demasiado. Vasalisa hace preguntas acerca de los caballos, pero no acerca de las manos.
Cuando yo era joven, le pedí
a mi amiga Bulgana Robnovich, una anciana narradora de cuentos del Cáucaso que
vivía en una pequeña comunidad agrícola rusa de Minnesota, que me hablara de la Baba Yagá. ¿Cómo veía ella la parte del cuento en la que Vasalisa “comprende sin más” que tiene que dejar de hacer preguntas? Mirándome con sus ojos sin pestañas de perro viejo, me contesto: “Hay ciertas cosas que no se pueden
saber.” Después esbozo una
cautivadora sonrisa, cruzo sus gruesos tobillos y eso fue todo.
Tratar de comprender el
misterio de los criados que aparecen y
desaparecen bajo la forma de unas manos incorpóreas es como intentar comprender
en su totalidad la esencia de lo
numinoso.
Aconsejando a Vasalisa que no
haga la pregunta, tanto la muñeca
como la Yagá la advierten del peligro que supone el hecho de indagar en exceso acerca de la numinosidad del mundo
subterráneo, y es bueno que lo hagan,
pues, aunque visitemos este mundo, no
conviene que nos dejemos seducir por él y
nos quedemos atrapadas allí.
Aquí la Yagá alude a
otra serie de ciclos, los ciclos de
la vida femenina. A medida que los vive, la
mujer va entendiendo cada vez más estos ritmos femeninos interiores, entre
ellos, los de la creatividad y el alumbramiento de hijos psíquicos y quizá también humanos, los ritmos de la soledad, el juego, el descanso, la sexualidad y la caza. No hay que esforzarse, la comprensión vendrá por sí sola. Debemos aceptar que ciertas
cosas no están a nuestro alcance,
aunque influyen en nosotras y nos enriquezcan. En mi familia hay un
dicho: “Ciertas cosan son asunto de
Dios.”
Por consiguiente, cuando
finalizan estas tareas, “el legado
de madres salvajes” es más profundo y la capacidad intuitiva emana tanto
del lado humano como del lado espiritual de
la psique. Ahora tenemos a la muñeca de
maestra por un lado y a la Baba Yagá
por el otro.
OCTAVA TAREA.
PONERSE A GATAS
Baba Yagá, molesta por la
bendición que la difunta madre de Vasalisa ha otorgado a la niña, le entrega la
luz –una terrorífica calavera en lo
alto de un palo- y le dice que se
vaya. Las tareas de esta parte del cuento son las siguientes: Asumir un inmenso poder para ver e influir
en los demás (la recepción de la calavera), Contemplar las situaciones de la
propia vida bajo esta nueva luz (encontrar el camino de vuelta a la vieja
familia putativa).
¿Se molesta Baba
Yagá porque Vasalisa ha recibido la bendición de su madre o más bien por las
bendiciones en general? En realidad,
ni lo uno ni lo otro. Teniendo en cuenta los posteriores estratos monoteístas
de este cuento, se podría pensar que aquí el relato se ha modificado de tal
forma que la Yagá se muestra atemorizada ante el hecho de que Vasalisa haya recibido una bendición para demonizar
con ella a la Vieja Madre Salvaje
(cuya existencia tal vez se remonte nada menos que a la era neolítica) con el
propósito de enaltecer a las más
reciente religión cristiana en detrimento de la pagana más antigua.
Es posible que el vocablo
original del cuento se haya cambiado por el de “bendición” para
fomentar la conversión, pero yo creo
que la esencia del significado
arquetípico original sigue estando presente en el relato. La cuestión de la bendición de la madre se puede
interpretar de la siguiente manera:
A la Yagá no le molesta la bendición
en sí sino más bien el hecho de que
ésta proceda de la madre
excesivamente buena: la madre amable, buena y cariñosa de la psique. Si la Yagá es fiel a sus principios, no puede
tener excesivo interés en acercarse mucho ni
durante demasiado tiempo a la faceta
demasiado conformista y sumisa de la naturaleza femenina.
Aunque la Yagá sea capaz de infundir el soplo vital a una cría de ratón con infinita ternura, es lo bastante lista como para permanecer en su propio terreno.
Y su terreno es el mundo
subterráneo de la psique. El terreno
de la mujer demasiado buena es el
del mundo de arriba, Y, aunque la dulzura puede encajar en lo salvaje,
lo salvaje no puede encajar durante
mucho tiempo en la dulzura.
Cuando las mujeres asimilan
este aspecto de la Yagá, dejan de
aceptar sin discusión todas las bobadas, todos los comentarios mordaces Y todas las bromas e
insinuaciones que de dirigen. Para distanciarse un poco de la dulce bendición de la madre demasiado buena, la mujer aprende poco a poco no simplemente a mirar con desprecio, a mirar fijamente y a tolerar cada vez menos las imbecilidades de los demás.
Ahora que, gracias a los servicios prestados a la Yagá, ha
adquirido una capacidad interior que
antes no tenía, Vasalisa recibe una parte del
poder de la Bruja salvaje. Algunas mujeres temen que la profunda sabiduría que han adquirido por medio del instinto y de la intuición las induzca a
ser temerarias y desconsideradas,
pero se trata de un temor infundado.
Muy al contrario, la falta de intuición y de sensibilidad ante los ciclos femeninos o el hecho de no seguir los consejos de la propia sabiduría da lugar a unas decisiones desacertadas e
incluso desastrosas. En general esta clase de sabiduría “yaguiana” hace que las
mujeres vayan avanzando poco a poco y casi siempre las orienta y les transmite imágenes claras de “lo que hay debajo o detrás” de los
motivos, ideas, acciones y palabras
de los demás.
Si la psique instintiva le
advierte “¡Cuidado!”, la mujer tiene que prestarle
atención. Si su profunda intuición le dice “Haz
esto, haz lo otro, sigue este camino, detente, sigue adelante”, la mujer tiene que introducir en su plan todas las correcciones
necesarias. La intuición no está
hecha para que se la consulte una vez y
después se la olvide. No es algo que se pueda desechar. Se la tiene que
consultar en todas las etapas del
camino, tanto si las actividades de la mujer están en conflicto con un demonio interior como si están contemplando una tarea en el mundo exterior. No importa
que las preocupaciones y aspiraciones de una mujer sean de
carácter personal o global. Por
encima de todo, todas las acciones tienen que
empezar fortaleciendo el espíritu.
Ahora vamos a estudiar la calavera con su terrible luz. Es un
símbolo asociado con lo que algunos arqueólogos de la vieja escuela llamaban “la adoración ancestral”. En las sucesivas versiones
aqueorreligiosas del cuento se dice que las calaveras en lo alto de los palos son las de las personas que la Yagá ha matado y devorado. Pero en los ritos religiosos más antiguos que
practicaban el parentesco ancestral los
huesos se consideraban elementos necesarios para la evocación de espíritus, y
las calaveras eran la parte más destacada del
esqueleto.
En el parentesco ancestral se
cree que la especial y eterna
sabiduría de los ancianos de la comunidad reside en sus huesos después de la muerte. La calavera se considera la bóveda que alberga un poderoso vestigio del alma que se ha ido, un vestigio
que, si así se le pide, es capaz de
evocar todo el espíritu del difunto durante algún tiempo para que se le puedan hacer consultas. Es
fácil imaginar que el Yo espiritual
habita justo en la ósea catedral de la frente y que los ojos son las
ventanas, la boca es la puerta y las
orejas son los vientos.
Por consiguiente, cuando la
Yagá le entrega a Vasalisa la
calavera iluminada, le entrega un
antiguo icono femenino, una “savia
ancestral” para que la lleve consigo
toda la vida. La inicia en un legado
matrilineal de sabiduría que siempre
se conserva intacto y floreciente en las cuevas y los desfiladeros de la psique.
Así pues, Vasalisa atraviesa
el oscuro bosque con la espantosa
calavera. Fue a buscar a la Yagá y
ahora regresa a casa más segura y
decidida, caminando con las caderas
firmemente echadas hacia delante. Éste es el ascenso desde la iniciación en la profunda intuición. La intuición se ha colocado en Vasalisa como la joya central de una corona. Cuando
una mujer llega a esta fase, ya ha
conseguido abandonar la protección de
la madre demasiado buena que lleva dentro y ha aprendido a esperar y afrontar las adversidades del mundo exterior con fortaleza y sin temor. Es consciente de
la sombra represora de su madrastra y sus hermanastras y del daño que éstas le quieren hacer.
Ha atravesado la oscuridad prestando atención a su voz interior y ha podido resistir la
contemplación del rostro de la Bruja, que es una faceta de su propia naturaleza, pero también la poderosa naturaleza
salvaje. De esta manera puede comprender el
temible poder de su propia conciencia y
el de la conciencia de los demás. Y ya no
dice “Le tengo miedo (a él, a ella.
A esto)”.
Ha servido a la divina Bruja de la psique, ha
alimentado la relación, ha
purificado las personas y ha conservado la claridad del pensamiento.
Ha descubierto está salvaje fuerza
femenina y sus costumbres. Ha aprendido a distinguir y a separar el pensamiento de los sentimientos. Ha aprendido a identificar el gran poder salvaje de su propia psique.
Conoce el significado de la Vida/Muerte/Vida y el papel que en todo ello desempeña
la mujer. Con las recién adquiridas habilidades de la Yagá, ya no tiene
qué faltarle la confianza ni el poder. Tras haber recibido el
legado de las madres –la intuición
de la faceta humana de su naturaleza y
la sabiduría salvaje de la faceta de La Que Sabe de la psique-, ya está preparada para lo que sea.
Avanza por la vida asentando
con firmeza los pies en el suelo uno detrás de otro, con toda su feminidad. Ha
fundido todo su poder y ahora ve el
mundo y su propia vida a través de esta nueva luz. Veamos qué
ocurre cuando una mujer se comporta de esta manera.
NOVENA TAREA:
LA MODIFICACIÓN
DE LA SOMBRA
Vasalisa regresa a casa con la espantosa calavera ensartada en
un Palo. Está a punto de arrojarla
lejos de sí, pero la calavera la
tranquiliza. Una vez en casa, la calavera contempla a la madrastra y a las
hermanastras y las abrasa hasta
dejarlas convertidas en cenizas. Y, a
partir de entonces, Vasalisa vive una larga y satisfactoria existencia.
He aquí las tareas psíquicas
de esta fase: Utilizar la agudeza visual (los ardientes ojos) para identificar
las sombras negativas de la propia psique y/o a los aspectos negativos de las
personas y los acontecimientos del mundo exterior, y para reaccionar ante
ellos. Modificar las sombras negativas de la propia psique con el fuego de la
bruja (la perversa familia putativa que antes había torturado a Vasalisa se
convierte en ceniza), Vasalisa sostiene la temible calavera en alto mientras
avanza por el bosque y la muñeca le indica el camino de regreso. “Sigue por aquí, ahora por aquí”. Y Vasalisa, que antes era una dulce
criatura de ojos azules, es ahora una
mujer que camina precedida por su poder.
Una temible luz emana en los ojos, los oídos, la nariz y la boca de la calavera. Es otra representación
de todos los procesos psíquicos relacionados con la discriminación. Y está relacionada también con el parentesco
ancestral y, por consiguiente, con el recuerdo. Si la Yagá le hubiera
entregado a Vasalisa una rótula en lo alto de un palo, el símbolo hubiera sido
distinto. Si le hubiera entregado un hueso de la muñeca, un hueso del cuello o
cualquier otro hueso –a excepción tal vez de la pelvis femenina-, no hubiera
significado lo mismo.
Por consiguiente, la calavera
es otra representación de la intuición –no le hace daño ni a la Yagá ni a Vasalisa- y ejerce su propia discriminación. Ahora Vasalisa lleva la llama de la sabiduría; posee unos
sentidos despiertos. Puede oír, ver, oler y
saborear las cosas y tiene su Yo.
Tiene la muñeca, tiene la sensibilidad de la Yagá y tiene también la temible calavera.
Por un instante, Vasalisa se
asusta del poder que lleva y está a
punto de arrojar la temible calavera
lejos de sí. Teniendo este formidable poder a su disposición, no es de extrañar que el ego piense que quizá
sería mejor, más fácil y más seguro
rechazar la ardiente luz, pues le
parece demasiado fuerte y, por su
mediación, ella se ha vuelto
demasiado fuerte. Pero la voz
sobrenatural de la calavera te
aconseja que se tranquilice y siga
adelante. Y eso lo puede hacer.
La mujer que recupera su intuición y
los poderes “yaguianos”, llega a un punto en el que siente la tentación de desecharlos, pues ¿de qué sirve ver y saber todas estas cosas?
La luz de la calavera no tiene
compasión. Bajo su resplandor, los
ancianos son unos viejos; lo bello
es lujuriante; el tonto es un
necio; los que están bebidos son unos borrachos; los desleales son infieles; las
cosas increíbles son milagros. La luz de la calavera ve lo que ve. Es una luz
eterna colocada directamente delante de una mujer como una presencia que la precede y
regresa para comunicarle lo que ha
descubierto más adelante. Es su perpetua exploración.
Sin embargo, cuando una mujer
ve y siente de esta manera, tiene
que tratar de actuar al respecto. El hecho de poseer una buena intuición y un considerable poder obliga a trabajar. En primer lugar, en la vigilancia y la comprensión de las
fuerzas negativas y los
desequilibrios tanto interiores como exteriores. En segundo lugar, obliga a hacer acopio de voluntad para poder actuar con
respecto a lo que se ha visto, tanto
si es para un bien como si es para recuperar el equilibrio o para
dejar que algo viva o muera.
Es verdad y no quiero engañar a nadie. Es más
cómodo arrojar la luz e irse a
dormir. No cabe duda de que a veces hay que
hacer un esfuerzo para sostener en
alto la luz delante de nosotras, pues con
ella vemos todas nuestras facetas y
todas las facetas de los demás, las
desfiguradas, las divinas y todos los estados intermedios.
Y, sin embargo, gracias a esta luz afloran a la conciencia los milagros de la belleza profunda del mundo y de los seres humanos. Con esta permanente luz podemos ver un buen corazón más allá de una mala acción, podemos descubrir un dulce espíritu hundido por el odio y podemos comprender muchas cosas en
lugar de quedarnos perplejas. La luz
puede distinguir las capas de la
personalidad, las intenciones y los motivos de los demás. Puede distinguir la
conciencia y la inconsciencia en el
yo y en los demás. Es la varita mágica de la sabiduría. Es el
espejo en el cual se perciben y se
ven todas las cosas. Es la profunda naturaleza salvaje.
Pero a veces sus informes son
dolorosos y casi no se puede
resistir, pues la cruel luz de la
calavera también muestra las
traiciones y la cobardía de los que
se las dan de valientes. Señala la
envidia que se oculta como una fría capa de grasa detrás de una cordial sonrisa y
las miradas que no son más que unas
máscaras que disimulan la antipatía.
Y, con respecto a nosotras, la luz
es tan brillante como para iluminar lo
exterior: nuestros tesoros y
nuestras flaquezas.
Éstos son los conocimientos que más nos cuesta
afrontar. Aquí es donde siempre queremos desprendernos de todo este maldito y
sagaz conocimiento.
Aquí es donde percibimos,
siempre y cuando no queramos ignorarla,
una poderosa fuerza del Yo que nos
dice: “No me arrojes lejos de ti.
Consérvame a tu lado y ya verás.”
Mientras avanza por el
bosque, no cabe duda de que Vasalisa también piensa en su familia putativa que la ha enviado perseverantemente a morir y, aunque ella tiene un corazón
muy tierno, la calavera no es
tierna; su misión es ver las cosas
con toda claridad. Por consiguiente, cuando Vasalisa la quiere arrojar lejos de sí, sabemos que está pensando en el dolor que produce el hecho de saber ciertas cosas sobre la propia
persona y los demás, y sobre la naturaleza del mundo.
Llega a casa y la madrastra y las hermanastras le dicen que no han tenido lumbre ni combustible
alguno en su ausencia y que, a pesar
de sus repetidos intentos, no han podido encender el fuego. Eso es exactamente lo que ocurre en la psique de la mujer
cuando ésta posee el poder salvaje.
En su ausencia, todas las cosas que
la oprimían se quedan sin libido, pues ella se lo lleva todo en su viaje. Sin libido, los aspectos más desagradables
de la psique, los que explotan la vida creativa de una mujer o la animan a malgastar su vida en menudencias, se
convierten en algo así como unos guantes sin
manos en su interior.
La temible calavera empieza a mirar a las hermanastras y a la madrastra y las estudia con
detenimiento. ¿Puede un aspecto
negativo de la psique quedar reducido a ceniza por el simple hecho de
estudiarlo con detenimiento? Pues sí. El hecho de examinar una cosa con consciente lógica la puede
deshidratar. En una de las versiones del cuento, los miembros descarriados de
la familia se quedan achicharrados; en otra versión, quedan reducidos a tres
pequeñas y negras pavesas.
Las tres pequeñas y negras
pavesas encierran una antiquísima e
interesante idea. El minúsculo dit
negro o puntito se considera a
menudo el principio de la vida. En el antiguo testamento, cuando Dios crea al
Primer Hombre y a la Primera Mujer,
los hace de tierra o barro según la
versión que uno lea. ¿Cuánta tierra? Nadie lo dice. Pero, entre otros
relatos de la creación, el principio del mundo y de sus habitantes suele proceder del dit, de un grano, de
un minúsculo y oscuro punto de algo.
De esta manera, las tres
pequeñas pavesas quedan en el ámbito de la Madre de la Vida/Muerte/vida. Y se
reducen prácticamente a nada en el
interior de la psique. Se ven privadas de la libido. Ahora puede producirse una
novedad. En casi todos los casos en que extraemos conscientemente el jugo de alguna cosa de la psique, esta cosa se encoge y su energía se libera o se configura de una manera distinta.
La tarea de exprimir a la
destructiva familia putativa tiene otra faceta. No se puede conservar la conciencia que se ha adquirido tras
haber entrado en contacto con la
Diosa Bruja, ni llevar la ardiente
luz y todo lo demás si una mujer
convive con personas exterior o
interiormente crueles. Si la mujer está rodeada de personas que ponen los ojos en blanco y levantan despectivamente la mirada al
techo cuando ella entra en la estancia, dice algo, hace algo o reacciona a algo, no cabe duda de que se encuentra en
compañía de personas que apagan las pasiones, las de la mujer y probablemente también las suyas
propias. Estas personas no sienten interés por ella ni por su trabajo ni por su
vida.
La mujer tiene que elegir con
prudencia tanto a los amigos como a los amantes, pues tanto los unos como
los otros pueden convertirse en
perversas madrastras y malvadas
hermanastras. En el caso de los amantes, solemos atribuirles el poder de unos grandes magos. Es
fácil que así sea, pues el hecho de llegar a
una auténtica intimidad es algo así como
abrir un mágico taller de purísimo cristal, o eso por lo menos nos parece a nosotras. Un amante puede crear y/o destruir hasta nuestras conexiones
más duraderas con nuestros propios
ciclos e ideas. Hay que evitar al amante destructivo. El mejor amante es el que
está hecho de poderosos músculos
psíquicos y tierna carne. A la Mujer
Salvaje tampoco le viene mal un
amante un poco “psíquico”, es decir, una persona capaz de “ver su corazón por dentro”.
Cuando a la Mujer Salvaje se le ocurre una idea, el amigo o amante jamás le dirá: “Pues, no sé… me parece una auténtica
bobada (una exageración, una cosa imposible, muy cara, etc.).” Un verdadero amigo jamás dirá eso.
Puede que diga: “No sé si lo
entiendo. Dime cómo lo ves. Explícame cómo piensas hacerlo.”
Un amante/amigo que la considere una criatura viva que está
creciendo como el árbol crece en la
tierra o una planta de ficus en la
casa o una rosaleda en el patio de
atrás, un amante y unos amigos que la miren como un auténtico ser vivo que respira y que es humano, pero está hecho, además, de otras muchas cosas bonitas, húmedas y mágicas, un amante y unos amigos que presten su apoyo a la criatura que hay en
ella, éstas son las personas que le
convienen a la mujer, pues serán sus
amigos del alma toda la vida. La
esmerada elección de los amigos y
amantes y también de los profesores
es esencial para conservar la
conciencia, la intuición y la ardiente luz que ve y sabe.
Para conservar su conexión con lo salvaje la mujer tiene que preguntarse
qué es lo que quiere. Es la separación de las semillas mezcladas
con la tierra. Una de las más importantes distinciones que podemos hacer es la que corresponde a las cosas que nos
atraen y las cosas que necesita
nuestra alma.
Y eso se hace de la siguiente
manera: Imaginemos un bufé con
cuencos de crema batida, bandejas de salmón, panecillos, rosbif, macedonia de
fruta, enchiladas verdes, arroces, salsa curry, yogures y toda suerte de platos
para muchísimos invitados. Imaginemos que la mujer echa un vistazo, ve ciertas cosas que la atraen y se dice: “Me gustaría
tomar un poco de esto, un poco de aquello y un poco de lo otro.”
Algunos hombres y mujeres toman las decisiones de su
vida de esta manera. A nuestro alrededor hay todo un mundo que nos llama incesantemente,
que penetra en nuestras vidas y
despierta y crea unos apetitos donde
apenas había ninguno. En esta clase de elección, elegimos una cosa por el simple hecho de tenerla delante de
nuestras narices en aquel momento. No es necesariamente lo que queremos, pero nos parece interesante y, cuanto más la miramos, más nos atrae.
Cuando estamos unidas al yo instintivo, al alma de lo femenino que es natural y salvaje, en lugar de contemplar lo que casualmente tenemos delante, nos preguntamos: “¿Qué es lo que me apetece?”. Sin mirar nada de lo que hay fuera,
miramos hacia dentro y nos preguntamos “¿Qué
quiero? ¿Qué deseo en este momento?” Otras frases alternativas podrán
ser: “¿Qué es lo que más me seduce? ¿Qué me apetece de verdad? ¿Qué es lo que más me gustaría?” Por regla general la respuesta no tarda en llegar: “Pues creo que lo que más me apetece…lo
que de verdad me gustaría es un poco de esto o de aquello…sí, eso es lo que yo quiero.”
¿Lo hay en el bufé? Puede que sí y puede que no. En la mayoría de los casos, probablemente no.
Tendremos que buscar un poco, a veces durante bastante tiempo. Pero,
al final, lo encontraremos y nos alegraremos de haber sondeado
nuestros más profundos anhelos.
Esta capacidad de discernimiento que Vasalisa adquiere
mientras separa las semillas de
adormidera de la tierra, y el maíz
aflublado del bueno es una de las cosas más
difíciles de aprender, pues exige ánimo, fuerza de voluntad y sentimiento y a menudo nos obliga a pedir con insistencia lo que
queremos. Y en nada se pone más claramente de
manifiesto que en la elección de la
pareja y el amante. Un amante no se puede elegir como en un bufé.
Elegir algo simplemente porque al verlo se nos hace la boca agua jamás podrá
saciar satisfactoriamente el apetito del Yo espiritual. Y para eso precisamente
sirve la intuición; se trata de un mensajero directo del alma.
Lo explicaremos con un
ejemplo para que quede más claro. Si se te ofrece la oportunidad de comprar una bicicleta o la oportunidad de viajar a Egipto y ver las pirámides, deberás apartarla a un lado por un instante, entrar en ti misma y
preguntarte: “¿Qué me apetece? ¿Qué es lo que deseo? A lo mejor, me apetece más una moto que una bicicleta. A lo mejor, prefiero hacer un viaje para ir a ver a
mi abuela que se está haciendo mayor”. Las decisiones no tienen por qué ser tan
importantes. A veces, las alternativas pueden ser dar un paseo o escribir un poema. Tanto si se trata de una cuestión transcendental como si
se trata de una cuestión
insignificante, la idea es consultar el
yo instintivo a través de uno o de varios de los distintos aspectos
que tenemos a nuestra disposición,
simbolizados por la muñeca, la vieja Baba Yagá y la ardiente calavera.
Otra manera de fortalecer la conexión con la intuición consiste en no permitir que nadie reprima nuestras
más intensas energías…es decir nuestras opiniones, nuestros pensamientos,
nuestras ideas, nuestros valores, nuestra moralidad y nuestros ideales. En este mundo hay muy pocas cosas acertadas/equivocadas o buenas/malas. Pero sí hay cosas útiles y cosas inútiles. Así mismo, hay cosas que a veces son destructivas y
también hay cosas creativas. Hay acciones debidamente integradas y dirigidas a un fin determinado y otras que no lo están. Sin embargo,
tal como sabemos, la tierra de un
jardín se tiene que remover en otoño
con el fin de prepararla para la primavera. Las plantas no pueden florecer constantemente. Pero los que han de dictar los
ciclos ascendentes y descendentes de
nuestra vida son nuestros propios ciclos innatos, no otras fuerzas o
personas del exterior y tampoco los
complejos negativos de nuestro interior.
Hay ciertas entropías y creaciones constantes que forman
parte de nuestros ciclos internos. Nuestra tarea es sincronizar con ellas. Como los ventrículos de un corazón que se llenan y
se vacían y se vuelven a llenar,
nosotras “aprendemos a aprender” los ritmos de este ciclo de la Vida/Muerte/vida
en lugar de convertirnos en sus
víctimas. Lo podríamos comparar con una cuerda de saltar. El ritmo ya existe; nosotras oscilamos hacia
delante y hacía atrás hasta que
conseguimos copiar el ritmo. Entonces saltamos. Así es como se hace. No tiene
ningún secreto.
Además, la intuición ofrece distintas opciones. Cuando estamos conectadas con el yo instintivo, siempre se nos
ofrecen por lo menos cuatro opciones…las
dos contrarias, el territorio
intermedio y “el ulterior análisis de las posibilidades”. Si no estamos muy versadas en la intuición, podemos pensar que sólo existe una opción y que está no
parece muy deseable. Y es posible que
nos sintamos obligadas a sufrir por
ella, a someternos y a aceptarla. Pero no, hay otra manera
mejor. Prestemos atención al oído
interior, a la vista interior y el ser interior. Sigámoslos. Ellos
sabrán lo que tenemos que hacer a continuación.
Una de las consecuencias más
extraordinarias del uso de la intuición y de la naturaleza instintiva consiste en la aparición de una inefable espontaneidad. Espontaneidad
no es sinónimo de imprudencia. No es
una cuestión de “lanzarse y soltarlo”. Los buenos límites todavía son importantes. Sherezade, por
ejemplo, tenía unos límites excelentes. Utilizaba su inteligencia para agradar al sultán, pero, al mismo tiempo, actuaba de tal forma que éste la valorará. Ser auténtica no
significa ser temeraria sino dejar que
hable La voz mitológica. Y eso se consigue apartando
provisionalmente a un lado el ego y permitiendo que hable aquello que quiere hablar.
En la realidad consensual,
todas tenemos acceso a pequeñas
madre, salvaje de carne y hueso. Son
estas mujeres que, en cuanto las vemos, sentimos que algo salta en nuestro interior y entonces pensamos “Mamá”. Les echamos un vistazo y pensamos “Yo soy su progenie, soy su hija, ella
es mi madre, mi abuela”. En el caso de un hombre con pechos en sentido figurado, podríamos pensar: “Oh, abuelo mío”, “Oh, hermano mío, amigo mío”.
Porque intuimos sin más que aquel
hombre nos alimenta.
(Paradójicamente, se trata de personas marcadamente masculinas y marcadamente femeninas al mismo tiempo. Son como el hada madrina, el mentor, la madre que
nunca tuvimos o no tuvimos el tiempo
suficiente; eso es un hombre con pechos.)
Todos los seres humanos se
podrían llamar pequeñas madres salvajes. Por regla general, todas tenemos por
lo menos una. Con un poco de suerte,
a lo largo de toda la vida tendremos
varias. Cuando las conocemos,
solemos ser adultas o, por lo menos,
ya estamos en la última etapa de la adolescencia. No se parecen en nada a la madre demasiado buena. Las
pequeñas madres salvajes nos guían y se enorgullecen de nuestras
cualidades. Se muestras críticas con
los bloqueos y las ideas equivocadas
que rodean nuestra vida creativa, sensual, espiritual e intelectual y penetran
en ella.
Su propósito es ayudarnos,
cuidar de nuestro arte, conectarnos de
nuevo con nuestros instintos salvajes y
hacer aflorar a la superficie lo
mejor que llevamos dentro. Nos guían en la recuperación de la vida instintiva, se entusiasman cuando establecemos contacto con la muñeca, se enorgullecen cuando descubrimos a la Baba Yagá y se
alegran cuando nos ven regresar sosteniendo en alto la ardiente calavera.
Ya hemos visto que el hecho
de seguir siendo unas pánfilas
demasiado dulces es peligroso. Pero, a
lo mejor, aún no estás muy convencida; a
lo mejor, piensas: “Pero bueno, ¿a quién le interesa ser como Vasalisa?” Y yo te contesto que a ti. Tienes que ser como ella, hacer lo que ella ha hecho y seguir sus huellas, pues ésta es la
manera de conservar y desarrollar el alma. La Mujer Salvaje
es la que se atreve, la que crea y la que destruye. Es el
alma primitiva e inventora que hace
posibles todas las artes y los actos creativos. Crea un bosque a nuestro alrededor y nosotras empezamos a enfrentarnos con la vida desde esta
nueva y original perspectiva.
Por consiguiente, cuando se
reinstaura la iniciación en los
misterios de la psique femenina,
aparece una joven que ha adquirido
un impresionante bagaje de
experiencias y ha aprendido a seguir los consejos de su sabiduría.
Ha superado todas las pruebas de la
iniciación. La victoria es suya.
Puede que el reconocimiento de la
iniciación sea la más fácil de las tareas, pero conservarla conscientemente y dejar vivir lo que tiene que vivir y dejar morir lo que tiene que morir es
sin lugar a dudas la meta más
agotadora, pero también una de las
más satisfactorias.
Baba Yagá es lo mismo que la Madre Nyx, la madre
del mundo, otra diosa de la Vida/Muerte/Vida. La diosa de la Vida/Muerte/Vida
es también una diosa creadora. Hace,
moldea, infunde vida y está ahí para
recibir el alma cuando el aliento se acaba. Siguiendo sus
huellas, aprendemos a dejar que
nazca lo que tiene que nacer, tanto si están ahí las personas apropiadas
como si no. La naturaleza no pide permiso. Tenemos que florecer y nacer siempre que nos apetezca. En nuestra calidad de
personas adultas no necesitamos
apenas permisos sino más
engendramientos, más estímulo de los
ciclos salvajes y mucha más visión
original.
El tema del final del cuento
es el de dejar morir las cosas.
Vasalisa ha aprendido bien la
lección. ¿Le da un ataque y lanza
estridentes gritos cuando la calavera quema a las malvadas? No. Lo que tiene que
morir, muere.
¿Y cómo se toma
semejante decisión? Es algo que se sabe. La Que Sabe lo sabe. Pídele consejo en tu fuero interno. Es la Madre de las Edades. Nada la sorprende. Lo ha visto todo. En la mayoría de las mujeres, el hecho de dejar morir no es contrario a sus
naturalezas sino tan sólo a la
educación que han recibido. Pero eso puede cambiar. Todas sabemos en los
ovarios cuándo es la hora de la
vida y cuándo es la hora de la
muerte. Podríamos tratar de
engañarnos por distintas razones, pero lo
sabemos.
A la luz de la
ardiente calavera, lo sabemos.
***