EL REINO DE DIOS ESTÁ DENTRO DE VOSOTROS
CAPÍTULO I
La doctrina de la no-resistencia al mal con la violencia ha sido enseñada por una minoría de hombres desde el origen del cristianismo.
Los primeros comentarios que provocó mi libro me los dirigieron los cuáqueros americanos. Dándome conocimiento de su absoluta concordancia de puntos de vista en cuanto a la ilegitimidad, para el cristiano, de cualquier guerra y de cualquier violencia, los cuáqueros me comunicaron detalles interesantes sobre su secta que, hace más de doscientos años, practica la doctrina de Cristo en relación a la no-resistencia al mal con la violencia. Simultáneamente, me enviaban sus periódicos, folletos y libros que trataban esta cuestión, para ellos indiscutible desde hace mucho, y demostraban el error de la doctrina de la iglesia que admite las penas capitales y la guerra.
Después de que probaran, con una larga serie de argumentos, basados en experiencias, que la religión, edificada sobre la concordia y el amor al prójimo, no podría admitir la guerra, es decir, la mutilación y el homicidio, los cuáqueros afirman que nada contribuye tanto a obscurecer la verdad de Cristo y le impide difundirse en el mundo como el no reconocimiento de este principio por parte de los hombres que se dicen cristianos. Dicen lo siguiente:
- La doctrina de Cristo que penetró en la conciencia de los hombres no por medio del hierro ni de la violencia, sino por la no-resistencia al mal, por la resignación, por la humildad y por el amor, solo puede difundirse en el mundo a través del ejemplo de la concordia y de la paz entre sus seguidores.
- El cristiano, conforme las enseñanzas del propio Dios, no puede guiarse, en sus relaciones con el prójimo, sino por el amor. Así, no puede existir autoridad alguna capaz de llevar a actuar contrariamente a las enseñanzas de Dios y al propio espíritu del cristianismo.
- La regla de la necesidad del Estado no puede obligar a la traición de la ley de Dios, excepto para aquellos que, por interés de la vida material, intentan conciliar lo inconciliable. Pero para el cristiano que cree firmemente que la salvación reside en la práctica de la doctrina de Cristo, esta necesidad no puede tener una importancia cualquiera.
La historia de los cuáqueros y el estudio de sus obras, de los trabajos de Fox y Penn y, sobre todo, de los libros de Dymond (1827) me demostraron que la imposibilidad de conciliar el cristianismo con la guerra y la violencia fue no solo reconocida desde hace mucho, sino también tan nítida e indiscutiblemente probada, que no se puede comprender esta unión imposible de la doctrina de Cristo con la violencia, que fue y continúa siendo predicada por las iglesias.
Además de las informaciones recibidas de los cuáqueros, obtuve en la misma época, y también venidos desde América, pormenores de una fuente, para mí absolutamente desconocida, acerca del mismo asunto. El hijo de William Lloyd Garrison5 , el famoso defensor de la libertad de los negros, me escribió afirmando que encontró, en mi libro, las ideas expresadas por su padre en 1848 y, suponiendo que me interesaría constatarlo, me envió el texto de un manifiesto o declaración titulada "No-Resistencia", escrita por su padre hace más de cincuenta años.
Esta declaración se originó en las siguientes circunstancias: William Lloyd Garrison, en 1838, al examinar, en una asociación americana para el restablecimiento de la paz entre los hombres, los medios adecuados para hacer cesar la guerra, llega a la conclusión de que la paz universal no se puede erigir sino sobre el reconocimiento público del mandamiento de la no-resistencia al mal con la violencia (Mateo 5,39) en toda su amplitud, como lo practican los cuáqueros con los cuales Garrison mantenía relaciones de amistad. Llegando a esta conclusión, él redacta y propone a esta asociación la declaración siguiente, que fue suscrita, en 1838, por varios de sus miembros:
Declaración de principios, aceptada por los miembros de la Sociedad creada para el restablecimiento de la paz universal entre los hombres.
Boston, 1838.
Nosotros, abajo suscritos, creemos tener el deber, para con nuestros iguales y para con la causa tan querida por nuestros corazones, para con el país en el que vivimos y para con el mundo entero, de proclamar nuestra fe, expresando los principios que profesamos, la finalidad que nosotros perseguimos y los medios que tenemos intención de emplear para llegar a una revolución benéfica, pacífica y general.
He ahí nuestros principios:
No reconocemos cualquier autoridad humana. No reconocemos sino un solo rey y legislador, un juez y líder de la humanidad. Nuestra patria es el mundo entero; nuestros compatriotas son todos los hombres. Amamos todos los países como nuestro propio país, y los derechos de nuestros compatriotas no nos son más estimados que los de toda la humanidad. Por esto, no admitimos que el sentimiento de patriotismo pueda justificar la venganza de una ofensa o de un mal hecho a nuestro país.
Reconocemos que el pueblo no tiene el derecho a defenderse de los enemigos extranjeros, ni de atacarlos. Reconocemos por otra parte que los individuos aislados no pueden tener este derecho en sus relaciones recíprocas, no pudiendo la unidad tener derechos mayores que los de la colectividad. Si el gobierno no debe oponerse a los conquistadores extranjeros que tienen como objetivo la ruina de nuestra patria y la destrucción de nuestros conciudadanos, de la misma forma no puede oponerse violentamente a los individuos que amenazan la tranquilidad y la seguridad pública. La doctrina, enseñada por las iglesias, de que todos los países de la tierra están creados y aprobados por Dios, y de que las autoridades, que existen en Estados Unidos, en Rusia, en Turquía etc. emanan de Su voluntad, no es solo estúpida, sino también blasfematoria. Esta doctrina representa a nuestro Creador como un ser parcial, que establece y alienta el mal. Nadie puede afirmar que las autoridades existentes, en cualquier país sea cual sea, actúen con sus enemigos según la doctrina y el ejemplo de Cristo. Tampoco sus actos pueden ser agradables a Dios. No pueden, por lo tanto, haber sido establecidos por Él, y deben ser destruidas, no por la fuerza, sino por la regeneración moral de los hombres.
No reconocemos como cristianas y legales no solo las guerras - ofensivas o defensivas - sino también las organizaciones militares, cualesquiera que sean: arsenales, fortalezas, navíos de guerra, ejercicios permanentes, monumentos conmemorativos de victorias, trofeos, solemnidades de guerra, conquistas a través de la fuerza, finalmente, reprobamos igualmente como anticristiana cualquier ley que nos obligue el servicio militar.
En consecuencia, consideramos imposible para nosotros no solo cualquier servicio activo en el Ejército, sino también cualquier función que nos dé la misión de mantener a los hombres en el bien por la amenaza de prisión o de condena a muerte. Nos excluimos, por lo tanto, de todas las instituciones gubernamentales, repelemos cualquier política y rechazamos todas las honrarías y todos los cargos humanos.
No reconociéndonos el derecho de ejercer funciones en las instituciones gubernamentales, rechazamos también el derecho de elegir para estos cargos a otras personas. Consideramos que no tenemos el derecho de recurrir a la justicia para hacer que sea restituido lo que nos fue arrebatado y creemos que, en vez de hacer uso de la violencia, estamos obligados a "dejar también el manto a aquel que nos robó el vestido" (Mateo 5,40).
Proclamamos que la ley criminal del Antiguo Testamento - ojo por ojo, diente por diente - fue anulada por Jesucristo y que, según el Nuevo Testamento, todos los fieles deben perdonar a sus enemigos en todos los casos, sin excepción, y no vengarse. Extorsionar dinero por la fuerza, prender, mandar a la cárcel o condenar a muerte no se constituye, evidentemente, en perdón, y sí en venganza.
La historia de la humanidad está llena de pruebas de que la violencia física no contribuye con el resurgimiento moral y que las malas inclinaciones del hombre solamente pueden corregirse a través del amor; que el mal no puede desaparecer sino por medio del bien; que no se debe contar con la fuerza de nuestro brazo para defenderse del mal; que la verdadera fuerza del hombre está en la bondad, en la paciencia y en la caridad; que solo los pacíficos heredarán la tierra y de que aquellos que con la espada hieran por la espada perecerán.