La realidad del Ser - El cuarto camino de Gurddjieff - Jeanne Salzmann Capítulo XI








La inmovilidad es nuestra naturaleza esencial.
Es la mayor fuerza de vida.
A partir de ella, todos los movimientos son posibles.

Veo el mundo más allá de las formas y esa visión me permite
conocer el mundo de las formas.

El esfuerzo esencial es siempre la percepción de mí,
la conciencia de mí.
Todo está relacionado con eso: tocar mi esencia.

La fe es la certeza vivida de haber superado los límites de mi yo.

Veo todo tomado en conjunto: el ego y el verdadero yo.
Al ver, me libero.
Mi atención liberada, mi conciencia, conoce entonces lo que soy esencialmente.
Es la muerte del "yo" ordinario.

Veo el yo ordinario como una proyección del yo, un fantasma.
La manifestación no es algo separado, sino una proyección de algo esencial.

La verdad no tiene continuidad porque está más allá del tiempo.
No es ella la que dura.



RECONOCER

UNA   ACTITUD   FALSA

117. LAS ETAPAS DEL TRABAJO

La inmovilidad es nuestra naturaleza esencial. Es la mayor fuerza de vida. A partir de ella, todos los movimientos son posibles. Sólo somos una energía en movimiento, un movimiento que nunca se detiene. Si nuestras funciones pueden estar en reposo durante uno, dos o tres segundos, ése es un descubrimiento esencial, un conocimiento de sí.

Es la transformación de la energía lo que hace que cambie nuestro ser. Es un trabajo prolongado que implica varias etapas. Primero, hay un estado de observación, un estado de "vigilia crítica", que equivale a una toma de conciencia interior, una fuerza que transforma: es darse cuenta de una actitud falsa. Esa fuerza viene de la conciencia interior del cuerpo, no de la representación mental. Es el desarrollo de una sensibilidad segura que muestra todas las faltas de un equilibrio afianzado sobre un solo centro. La etapa siguiente es la del soltar lo que nos tiene tomados, un estado de "confianza· donde se percibe lo falso. Al ser percibido, el impulso de soltar lo que nos bloquea ya está allí; se trata de disolver una cristalización. El lo contrario de "querer hacer". Abandonamos ese estado de conciencia que transforma todo en objeto. Eso quiere decir aceptar, dejar que se haga, sin ocuparnos de nuestras representaciones. El predominio del Y se manifiesta en el cuerpo. En la respiración, el acento pasa de la inspiración a la espiración.

La tercera etapa está marcada por la toma de conciencia del Ser esencial. Cuando la forma del Yo llega a ser permeable, todo lo que estaba endurecido se encuentra disuelto y refundido para la formación del segundo cuerpo. Le sigue una confianza en lo esencial. Es una nueva etapa en la que se admite el fondo sin clasificar, sin nombrar. Esto requiere el valor de soportar ese momento cuando ya no comprendo, es decir, estar bajo la radiación del Ser y quedarse allí, arriesgando, una y otra vez, las actitudes y creencias bien establecidas.

En esa transformación, no se trata de cómo producir un estado más abierto, sino de cómo permitirlo. La energía está allí, No se trata de que yo la haga pasar, sino de dejarla pasar. Si no me someto a la acción, la acción no se realizará. De hecho, cuanto más se esfuerza uno, más estrecho se hace el pasaje, nada pasa. Las dos fuerzas están presentes y siempre están en nosotros: una fuerza activa, una fuerza pasiva. Lo que siempre quiere, mi cabeza, necesita quedarse pasivo. Entonces, la atención es activa. Aparece un sentimiento, un sentimiento que transforma todo, porque permite una relación.

En lo que soy hay una Presencia pura, un pensamiento puro. Está compuesta de innumerables olas, pero en su naturaleza es pura, vasta, sin límites. Se basta así misma. Las olas sólo son olas, no son la energía en sí. Soy yo quien produce las olas. Si no hago nada para detenerlas, se detienen por sí mismas y no me molestan más. Se tranquilizan y siento la naturaleza pura de mi pensamiento, de mi mente. Las olas son lo mismo que la energía, pero las tomo por algo que no son. La energía siempre tiene olas, siempre un movimiento. Pero la ola, el movimiento, y la energía son la misma cosa. Lo importante es conocer la energía misma, pura. Si estuviera verdaderamente presente no habría en mi ni olas ni movimientos.

118. UNA CONTRADICCIÓN FLAGRANTE

No somos lo que creemos ser. Siempre digo que busco. En realidad soy buscado. Pero no lo sé suficientemente. Falta algo que pueda creer, algo absolutamente verdadero, que sea como un nuevo conocimiento, una fuerza nueva que triunfe sobre mi inercia.

Debe haber en mí una fuerza que venga de planos elevados del cosmos. Debe ser parte de mí mismo, debe emanar e irradiar en mí. Pero el estado de mi ser, de mi conciencia, no me permite sentirla. Estoy separado de la realidad por el espejismo de mi reacción en el momento de recibir una impresión. Esto me impide permanecer abierto a la totalidad de aquello a lo que me aproximo. Siempre hay palabras, emociones subjetivas y tensiones, y sus movimientos no se detienen. No conozco ese movimiento y, in conocerlo, no puedo evaluarlo justamente. De manera que un nuevo orden, que sería el signo de mi transformación, no aparece. Tengo una forma de ser objeto para mí mismo, siempre pensando en mí, siempre con una queja. Esa manera falsa de estar ocupado de mí mismo no me puede enseñar nada nuevo.

Algo me pide ser consciente de lo que soy, de quién soy. Y me veo responder: "Yo. Yo estoy aquí. Soy yo mismo". Pero siento que no es verdad, no soy realmente yo. Al mismo tiempo, es verdad que lo digo, que lo pienso. Y cuando lo digo, me siento el centro de todo. Me afirmo a mí mismo. Las cosas sólo existen en relación conmigo mismo; me gustan, no me gustan, esto me es favorable o no. Estoy separado, opuesto a todo. Hasta mi deseo de conocerme, de ser más libre, más tranquilo, puede partir de allí. Comienzo a ver esos movimientos de mi "yo", siempre listo a defender, a sostener ese centro de gravedad que, en el fondo, no es realmente lo que soy. Al lado de esa afirmación hay algo que nada afirma, que nada pide, pero que es. Con cada afirmación, en cada instante, me veo rechazar, rechazarme a mí mismo, rechazar al otro.

No somos lo que creemos ser. Hay en nosotros un impulso esencial, un movimiento hacia la conciencia que viene de una necesidad innata hacia la realización de la totalidad de nuestro ser. Es un deseo viviente que me atrae hacia una expansión de mi mismo. Sabemos que ese deseo está allí, en ciertos momentos nos toca. Pero para nosotros aún no es un hecho real y la conciencia que tenemos de nosotros mismos no es transformada. De hecho, somos exactamente como todos los que nos rodean y que encontramos pequeños, estúpidos, mezquinos, envidiosos...Como ellos, no somos conscientes de los impulsos que nos mueven y que crean la corriente en la que vivimos. Continuamos comparándonos y creyendo en nuestra superioridad, refugiándonos detrás de ideas o esperanzas. Pero no lo queremos ver. Creemos que lograremos saber lo que está más allá de la medida del estado habitual de nuestro ser, sin tomar en cuenta lo que nos lo impide. Esto crea en nosotros una cierta hipocresía, porque no hemos comprendido lo que constituye la trama de nuestros pensamientos, de nuestros sentimientos y de nuestras acciones. De esta forma, no hemos visto todavía la contradicción flagrante entre nuestro deseo de expandir la conciencia y la fuente habitual de todo nuestro comportamiento. No hemos aceptado que para encontrar la verdad debemos comprender la fuente de nuestro pensamiento y de nuestras acciones; mi pequeño yo ordinario.

Siempre esperamos que algo se hago solo, mientras que la transformación sólo se opera si poco a poco me entrego a esto, enteramente. Debemos pagar con el esfuerzo del recuerdo de sí y el esfuerzo de la observación de sí, abandonando la mentira de todo lo que creemos, a cambio de un momento de realidad. Esto traerá una nueva actitud hacia nosotros mismos. Lo más difícil es aprender cómo pagar. Se recibe exactamente lo que se paga. Para sentir la autoridad de una Presencia sutil, debemos superar el muro de nuestro ego, el muro de nuestras reacciones mentales, de donde surge la idea de "yo". Hay que pagar. Sin pagar no tendremos nada.

119. LA AFIRMACIÓN DE MÍ MISMO

El movimiento de energía en nosotros es un movimiento continuo que nunca se detiene. Sólo pasa por fases de intensa proyección, que llamamos tensión, y por fases de regreso a sí mismo, que llamamos relajar, soltar. No puede haber tensión continua y no puede haber relajamiento continuo. Estos dos aspectos son la vida misma del movimiento de energía, la expresión misma de nuestra energía. Desde su fuente en nosotros, la energía se proyecta a través del canal de nuestras funciones hacia una meta de acción. En ese movimiento nuestras funciones crean una especie de centro que llamamos "yo" y creemos que esa proyección hacia el exterior es la afirmación de nosotros mismos. Ese "yo", alrededor del cual giran nuestros pensamientos y nuestras emociones, no se puede relajar, vive de tensiones, se nutre de tensiones.

Necesito sentirme sacudido por la manera en que las cosas me tocan, siempre relacionadas con mi amor propio, con lo que me gusta o lo que no me gusta, con lo que quiero o lo que no quiero, Es una cerrazón perpetua en la que me endurezco. Ese yo se protege, desea, pelea y juzga todo el tiempo. Quiere ser el primero, quiere ser reconocido, admirado, hacer sentir su fuerza y su poder. Cuando tengo una experiencia y esta se inscribe en la memoria, todo eso se acumula y se vuelve un centro, un centro de posesión, un yo, un ego. Es a partir de ese centro que quiero hacer; cambiar, tener más, reformarme. Quiero convertirme en aquello, adquirir esto. Ese "yo" exige poseer siempre más. Es siempre el, con su ambición, su avidez, el que quiere mejorar. ¿Porque ese yo tiene esa necesidad desmesurada de ser algo, de asegurarse de ello, de expresarlo en todo momento? Es el miedo de estar perdido. ¿No ería la identificación, en su base misma, el miedo?

El "yo" busca constantemente establecer una permanencia, la seguridad. Uno se identifica con todas las formas de pensamiento, de saber, de religión. Ese movimiento de identificación es todo lo que conocemos y apreciamos. Todos nuestros valores están allí dentro. Pero no obtendremos la paz permanente a través del deseo de encontrar la seguridad en la identificación. Es un proceso que solo puede llevar a un conflicto debido a las limitaciones de la mente ordinaria. Nada puede ser imaginado por ella, porque depende de las formas y del tiempo. No hay nada nuevo en ella. La paz permanente no se puede encontrar escapándose de la mente. Esto solo es posible si ella esta realmente tranquila y, entonces, la ambición y los deseos se acaban.

Para poder ver "lo que es", debo reconocer que mi estado no puede ser permanente. Cambia instante tras instante. Ese estado de impermanencia es mi verdad. No debo buscar evitarlo o poner mi esperanza en una rigidez que parece ser una ayuda. Debo vivir, experimentar ese estado de impermanencia y a partir de allí. Hace falta que lo viva, que lo escuche. No solo que escuche lo que quiero, porque así nunca ere libre, sino que escuche lo que se presente, sin resistencia. Para escuchar no debo resistir. Ese acto de escuchar, de estar presente, es una verdadera liberación. Debo estar consciente de mis reacciones a todo lo que pasa en mi. No puede no tener reacciones. Pero debo ser capaz de ir más allá, de tal manera que ellas no me impidan continuar mi búsqueda. Hasta que haya visto o ue me impide acercarme a lo verdadero, a lo desconocido, es todo lo que es conocido. Debo sentir bien todo el condicionamiento de lo conocido, para liberarme de el. Solo cuando conozca ese condicionamiento es que el silencio, la tranquilidad, no serán la búsqueda de una seguridad, sino la libertad de recibir lo desconocido.

Cuando la mente se vuelve más libre y verdaderamente tranquila, hay una sensación de inseguridad en la cual hay, al mismo tiempo, una sensación de paz, una seguridad total, porque el "yo" que siempre quiere hacer esta ausente. Entonces la mente ya no será un instrumento de evaluación, ya no sera accionada por el querer hacer del "yo". En esa tranquilidad, todas las reacciones, deseos, exigencias, son abandonados. La mente esta en reposo a causa de la visión de lo que es. Se establece un orden que no puedo establecer por mi mismo, pero al cual necesito someterme activamente. Hay un sentimiento de respeto en mi. Y, de repente, veo que esto es la confianza. Tengo confianza en este orden, en esta ley, más que en mi mismo. Me confío a este orden con todo mi ser.

120. MI ACTITUD EXPRESA LO QUE SOY

Hay en mi dos centros de gravedad diferentes entre los cuales oscilo. Mi yo ordinario, que siempre responde para defender su existencia, y otro centro hecho de la sustancia real de lo que soy, que busca ver la luz en mi y expresarse a través de mí. Un centro no puede existir sin el otro. Se necesitan mutuamente. ¿Cómo establecer la relación entre los dos?, ¿Qué actitud de mi parte permitiría la aparición de una nueva unidad?

Necesito un elemento de vigilia para ver que mi actitud es falsa. El yo se crispa sobre su centro, incluso para esperar que la conciencia aparezca. Tendría que confiar, realmente, confiar en el corazón de mi ser que me necesita. Creo confiar en el y en que no soy yo quién "puede hacer" algo por el. Y, sin embargo, la manera misma en que confío en el muestra un "hacer". No es que ese "yo" sea malo en sí mismo, sino que se desvía de lo que lo supera. Necesito verlo hasta que esto me produzca un choque.

Mi manera como estoy en mi cuerpo es testimonio o de deformaciones o de una forma interior que se desarrolla de una manera justa cuando no hay nada forzado. El conjunto de mi postura, la calidad de la tensión y del soltar, su relación y la respiración que pasan por mi, expresan la autenticidad de lo que soy. Es algo que debo experimentar constantemente. Para esto, necesito vigilar. Siempre puedo sorprenderme en el movimiento de concentración de mi energía, ya sea en mi cabeza o en mi plexo solar, que rompe el equilibrio de la unidad en mi. Me siento ubicado de una manera falsa. Es una toma de conciencia. La toma de conciencia de una actitud que no es justa Entonces tengo que sentir muy fuertemente el movimiento hacia una actitud que sea justa, que yo sea asignado por ella, para querer enseguida aspirara restablecerla, a moverme alrededor de su eje. Si soy sensible al centro de mi esencia, veré enseguida que el soltar se hace. Se hace al mismo tiempo que aparece una rectitud. ¿Existe en mi el hecho, la realidad, de una confianza? ¿Puede estar sin intervenir?

Es en mi actitud que expreso lo que soy, aquí, ahora, en este instante. Mi yo ordinario se expresa por una tensión constante en mi cuerpo, encima de la cintura. Una forma que se impone sobre mi en la que no puedo aparecer. Solo veo mis actitudes falsas cuando hay un paro, un paro de los movimientos habituales, pero me siento vivo, aún más vivo. Consciente de estar aquí, consciente de existir, plena, enteramente. Esa conciencia sobrepasa todo y contiene todo. Mi cuerpo participa de ello, pues sin el no sería posible. Es como un espejo que refleja la luz. Veo el mundo más allá de las formas. Siento un elemento de querer ser, una conciencia, que me coloca en el corazón de estas dos realidades y les permite desempeñar su papel. Esta el sentido de Mi Mismo, el "Yo Soy" y el "yo" ordinario. Ya no se desvía ni teme ser aniquilado. Sabe por que esta ahí. Encuentra su sentido.




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DEJAR IR EL MIEDO Por Neale Donald Walsh





Cuando yo vivía como una persona de la calle, bajo el cielo abierto y a la intemperie, llegué a entender profundamente, por mi propia experiencia, la naturaleza del miedo. También aprendí cómo superarlo. Y hoy le temo muy poco. Esto conduce a una pregunta interesante: ¿Qué fue primero: mi pérdida del miedo o la buena vida que estoy disfrutando? ¿La buena vida produjo mi pérdida de miedo, o fue mi pérdida de miedo la que produjo la buena vida?

Estoy claro ahora que miro hacia atrás, que fue lo último y no lo primero. Fue mi pérdida del miedo lo que produjo la buena vida. Desafortunadamente, hice todo lo posible en mi propia vida para deshacerme de mi miedo. En mi caso, ¡literalmente tuve que perderlo todo antes de poder llegar a un lugar donde ya no tenía miedo de lo que podría perder! Me llevé a mí mismo hasta el fondo, renuncié a todo lo que era querido para mí, dejé ir todas mis posesiones físicas, vi evaporarse mis sueños y metas para mi vida, parado ahí como un observador sorprendido presenciando cómo mi cuerpo se encontraba sin un hogar.

Sólo cuando llegué al lugar donde no tenía “nada que perder” fue que perdí la única cosa que estaba tratando de perder: mi miedo. Por ahí en la calle, mis pensamientos se volvieron hacia todo lo que tenía por ganar –y así, muy naturalmente, lo gané todo-. Donde están tus pensamientos, allí estará también tu futuro.

Yo no recomiendo este proceso a otras personas. Estoy seguro de que hay una forma más fácil de entender que, como dijo Franklin D. Roosevelt “no tenemos nada que temer más que al miedo mismo”. Muchas veces antes en mi vida he tratado de enseñarme a mí mismo esta lección, llevarme a mí mismo a la remembranza de esta verdad. Muchas veces antes en mi vida había sufrido pérdidas que estaba convencido me dejarían infeliz para siempre, sólo para descubrir que la alegría y la felicidad no eran tan esquivas como me había imaginado que serían, y que yo podía, de hecho, ser feliz sin aquello que pensaba que nunca podía perder.

Lo que estoy tratando de decir aquí es que mi vida me ha demostrado una y otra vez que puedo sufrir una pérdida enorme y seguir manteniendo mi paz interior y felicidad. Y ahora, después de la experiencia de Conversaciones con Dios, tengo esto realmente muy claro, porque he llegado a comprender que la paz y la alegría y la felicidad que busco no vienen y no pueden venir a mí desde fuera de mí mismo.

Me suena tan trillado cuando digo algo así. Todo el mundo dice “la alegría debe venir del interior.” Pero es verdad. Cada vez que he colocado la fuente de mi felicidad fuera de mí, me ha decepcionado. Cada vez que coloco la fuente de mi felicidad dentro de mí, soy colmado. Permítanme compartir con ustedes una técnica que he utilizado con maravillosa eficacia en mi propia vida para darme cuenta de que la verdadera felicidad y la alegría más grande están dentro de mí. Yo experimento esto el momento en que llevo felicidad a los demás.

Lo único que tengo que hacer para experimentar toda la paz, toda la serenidad, toda la sabiduría, toda la comprensión, toda la alegría y toda la felicidad que se encuentra dentro de mí (y que es parte inherente de mi naturaleza) es decidir dar estas cosas –ser la fuente de estas cosas para los demás. Porque el momento en que yo doy estas cosas, experimento que las tengo.

La manera más rápida de experimentar que tienes algo –la manera más rápida de experimentar que ERES algo– es dar lo que tienes y lo que eres en plena medida a los demás. Es por eso que casi todo maestro espiritual que ha caminado por este planeta ha dicho: “Más bienaventurado es dar que recibir”.

No es porque “dar” sea “algo bueno”, sino porque “dar” es el camino más rápido hacia el cofre del tesoro que yace dentro de cada uno de nosotros. Es la combinación que abre la caja fuerte. Es la llave que hace girar la cerradura. Es como llegamos al espacio donde reside nuestro Verdadero Yo.

Una vez que estamos en ese espacio, provenimos de ese espacio. Y ése es un gran secreto.

Cuando yo era joven, una frase popular que usaba todo el mundo era, “¿De dónde vienes?” Todo el mundo le preguntaba a todos los demás “¿De dónde vienes con eso?” Cuando venimos desde el lugar donde reside el Verdadero Yo, naturalmente enviamos hacia afuera –literalmente emitimos de nosotros mismos– la Energía Esencial que se encuentra en el núcleo de nuestro ser.

Esta energía es llamada, por algunos, Amor. Eso es lo que Realmente Eres. Y no hay manera más rápida ni más profunda de experimentar esto, que permitir que esta energía fluya a través de ti hacia los demás.

Lo interesante de esto es que en esta elección no sólo te encuentras a ti mismo, sino que le devuelves los demás a sí mismos. Porque lo que otros ven en ti empiezan a ver en sí mismos. Tú te yergues como el gran ejemplo y la gran posibilidad para los demás.

Y, por supuesto, a medida que tú llevas felicidad y alegría y paz a los demás, ellos se experimentan a sí mismos como más de Quienes Realmente Son. Ellos recuperan el contacto consigo mismos. Así pues, dos cosas ocurren al mismo tiempo: Ellos se ven a sí mismos en ti, y ellos experimentan su Verdadero Yo dentro de sí mismos.

Cuando llevas felicidad a alguien, ellos se vuelven felices. Cuando llevas alegría a alguien, ellos se vuelven alegres. Cuando llevas sabiduría a alguien, ellos se vuelven sabios. Lo único que estás haciendo es ponerlos en contacto con lo que ya existe dentro de ellos. Ésta es la visión de todo gran maestro. Ésta es la comprensión de todo gran instructor. Éste es el “¡ajá!” al que llega todo estudiante. No estamos haciendo nada aquí con nuestro trabajo espiritual, sino dando a la gente de regreso a sí mismos.

Primero empezamos con nosotros mismos. Luego pasamos a los demás. Finalmente, toda la humanidad es devuelta a Sí Misma.

¿Puede suceder esto? ¿Realmente puede ocurrir? ¿Es posible la transformación de toda una especie? Por supuesto que lo es. Esto se llama crecimiento. Es el medio por el cual una especie evoluciona.

Estamos entrando ahora en una fase rápida de este proceso. El proceso en sí se está acelerando, de forma exponencial. La pregunta no es si esto está sucediendo, la pregunta es, ¿qué parte vas a jugar en este suceso? ¿Va a ser algo que te suceda A ti, o algo que suceda A TRAVÉS DE ti? Ésa es la única pregunta.

Para que pueda suceder a través de nosotros, debemos liberarnos de nuestros miedos.

Uno de los mayores miedos en la vida, como he observado, es el miedo de ser rechazado. Ciertamente, yo he experimentado este miedo en mi vida. Y tendría que creer que la mayoría de nosotros lo hemos hecho. He encontrado un poderoso antídoto contra ese miedo. Simplemente no rechazo a nadie por ningún motivo en absoluto.

Cuando doy a los demás mi total aceptación, sucede algo extraordinario. Dos cosas, realmente. Primero, cuando doy mi aceptación total a los demás, me doy total aceptación a mí mismo. Segundo, cuando doy mi aceptación total a los demás, ellos me dan su total aceptación. Todo lo que va, vuelve. La vida nos envía lo que nosotros le enviamos. Todo es tan simple como eso, y sé que aquí estoy predicando a los conversos, así que por favor, no sientan que estoy siendo condescendiente. La verdad es que estoy hablando conmigo mismo. Me estoy recordando a mí mismo lo que ya sé.

Todas las cosas que temo, amplifico. Todas las cosas que amo, amplifico también. Conversaciones con Dios nos dice que sólo hay dos lugares de donde proceder a medida que avanzamos en nuestras vidas. Procedemos desde el amor o procedemos desde el miedo en todo lo que pensamos y decimos y hacemos.

He aprendido a consultar mi sentido interno en cuanto a de dónde procedo con todos mis pensamientos, palabras y acciones importantes. Y cuando siento que procedo desde el miedo, intento acercarme a la esencia de mi ser, a la Energía Esencial, al Verdadero Yo.

A veces me parece peligroso hacer esto. A veces se siente como si estuviera arriesgándolo todo. Sólo cuando paso a entender que no tengo nada que perder, me resulta fácil afirmarme en mi verdad, decir lo que es para mí, expresarme con autenticidad en todo momento, y quitar el escudo que he estado sosteniendo delante de mí en mi ilusión de que tengo que protegerme de ti.

Estos días tengo claro que tú no eres de quien tengo que protegerme. Tú eres de quien no quiero volver a separarme nunca más. Es en la realidad de nuestra Unicidad que voy a encontrar mi verdadera libertad del miedo.

Les deseo lo mejor en este día. Les deseo buena suerte en su viaje. Les deseo paz y alegría y amor y felicidad en su sendero. Les prometo proporcionarles compañía en el camino cuando pueda y como pueda. Elijo nunca volver a sentirme separado de la vida, en cualquiera de sus formas manifiestas. Soy libre. Libre del miedo al fin. En la Unicidad, soy libre.






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6 - Detener, serenar, descansar y curar













La meditación budista tiene dos aspectos: shamatha y vipashyana. Tendemos a subrayar la importancia de vipashyana («la observación profunda») porque puede proporcionarnos la clara visión y liberarnos del sufrimiento y las aflicciones. Pero la práctica de shamatha («detenerse») es fundamental.

Si no somos capaces de detenernos, no podremos tener una clara visión.

En los círculos zen se cuenta una historia acerca de un hombre y un caballo. El caballo galopa velozmente, pues por lo visto el hombre que lo monta se dirige a algún lugar importante. Otro hombre al borde del camino le grita: «¿Adónde vas?», y el individuo contesta: «¡No lo sé! Pregúntaselo al caballo». Ésta es también nuestra historia. Montamos un caballo, pero no sabemos adónde vamos ni podemos detenernos. El caballo es la energía de nuestros hábitos, que nos arrastra sin que podamos hacer nada por evitarlo.

Siempre estamos corriendo, se ha convertido en una costumbre. Luchamos constantemente, incluso mientras dormimos. Estamos en guerra con nosotros mismos y podemos iniciar fácilmente una guerra contra los demás. Debemos aprender el arte de detenernos, de impedir que nuestros pensamientos, la energía de nuestros hábitos, nuestra falta de atención y las fuertes emociones nos sigan dominando.

Cuando surge una emoción como una tormenta no tenemos paz. Encendemos el televisor y después lo apagamos. Cogemos un libro y después lo abandonamos. ¿Cómo podemos detener este estado de agitación? ¿Cómo podemos detener el miedo, la desesperación, la ira y el deseo que sentimos?

Podemos lograrlo haciendo la práctica de respirar, andar y sonreír conscientemente, observándolo todo a fondo para poder comprenderlo. Cuando somos conscientes y vivimos profundamente el momento presente, los frutos son siempre la comprensión, la aceptación, el amor y el deseo de aliviar el sufrimiento y proporcionar alegría.

Pero la energía de nuestros hábitos es a menudo más fuerte que nuestra voluntad. Decimos y hacemos cosas que no deseamos decir ni hacer, y más tarde nos arrepentimos. Nos causamos sufrimiento a nosotros mismos y a los demás, y hacemos mucho daño. Quizá nos hagamos la promesa de no volverlo a hacer, pero reincidimos de nuevo. ¿Por qué? Porque la energía de nuestros hábitos (vashana) nos impulsa a ello.

Necesitamos la energía de la plena consciencia para reconocer y estar atentos a la energía de nuestros hábitos y detener este curso de destrucción. Cuando somos conscientes, somos capaces de reconocer la energía de nuestros hábitos en el momento en que se manifiesta. «¡Hola, energía de mis hábitos, sé que estás ahí!». Si nos limitamos a sonreírle, perderá gran parte de su fuerza. La consciencia es la energía que nos permite reconocer la energía de nuestros hábitos e impedir que nos domine.

La falta de atención es lo contrario. Bebemos una taza de té pero no somos conscientes de que la estamos bebiendo. Nos sentamos al lado de la persona que amamos, pero olvidamos que está allí. Paseamos, pero no estamos paseando realmente. Estamos en otro sitio, pensando en el pasado o en el futuro. El caballo de la energía de nuestros hábitos nos arrastra y somos sus prisioneros. Necesitamos detenerlo y reclamar nuestra libertad. Debemos iluminar con la luz de la consciencia todo cuanto hagamos, para que la oscuridad provocada por la falta de atención desaparezca. La primera función de la meditación —shamatha— es detener.

La segunda función de shamatha es serenar. Cuando experimentamos una fuerte emoción, sabemos que puede ser peligroso actuar, pero no tenemos la fuerza ni la claridad suficientes para evitar hacerlo. Debemos aprender el arte de inspirar y espirar, de detener nuestras actividades y serenar nuestras emociones. Debemos aprender a ser sólidos y estables como un roble, sin dejarnos arrastrar de un lugar a otro por la tormenta. Buda enseñó muchas técnicas para serenar el cuerpo y la mente, y observarlos profundamente. Pueden resumirse en cinco etapas:

1. Reconocer: si estamos enojados, decimos «Sé que estoy lleno de ira».

2. Aceptar: cuando estamos enojados, no lo negamos. Aceptamos lo que sentimos.

3. Abrazar: sostenemos la ira en nuestros brazos igual que lo haría una madre con su bebé cuando llora. Nuestra consciencia abraza la emoción, y este hecho por sí solo calma ya nuestra ira y a nosotros mismos.

4. Observar profundamente: cuando nos hemos calmado lo suficiente, podemos observar profundamente para comprender qué es lo que ha provocado la ira, qué es lo que está incomodando a nuestro bebé.

5. Obtener una clara visión: el fruto de observar profundamente es llegar a comprender las numerosas causas y condiciones, primarias y secundarias, que han provocado nuestra ira y que están haciendo llorar a nuestro bebé. Quizá nuestro bebé tiene hambre o el imperdible del pañal se está clavando en su piel. Nuestra ira se ha desencadenado cuando nuestro amigo nos ha hablado cruelmente y de repente recordamos que hoy no tiene un buen día porque su padre se está muriendo. Reflexionamos de ese modo hasta obtener una cierta visión de qué es lo que ha causado nuestro sufrimiento. Gracias a ella sabremos qué debemos o no hacer para cambiar la situación.

Después de serenar, la tercera función de shamatha es la de descansar. Supón que alguien desde la orilla de un río arroja un guijarro al aire y cae al fondo del río. El guijarro se sumerge lentamente hasta llegar al lecho del río sin ningún esfuerzo. Una vez ha llegado allí permanece en reposo dejando que el agua siga fluyendo. Al meditar sentados podemos descansar como ese guijarro, podemos sumergirnos de forma natural hasta el fondo de nuestra postura de meditación, descansando sin ningún esfuerzo. Debemos aprender el arte de descansar, dejando que el cuerpo y la mente se relajen. Si tenernos heridas en el cuerpo o en la mente, debemos descansar para que puedan curarse.

El hecho de serenarnos nos permite descansar, y descansar es una condición previa para la curación. Cuando los animales del bosque caen heridos, siempre encuentran un lugar para tenderse y descansar totalmente durante muchos días. No piensan en comer ni en ninguna otra cosa. Se limitan a descansar y logran de ese modo la curación que tanto necesitan. Cuando los humanos caemos enfermos, lo único que sabemos hacer es preocuparnos. Vamos al encuentro de doctores y medicinas, pero no nos detenernos. Ni siquiera descansamos cuando vamos a la playa o a la montaña durante las vacaciones y regresamos incluso más cansados que antes. Debemos aprender a descansar. Tenderse no es la única posición para descansar. Mientras meditamos sentados o andando, podemos también descansar perfectamente. La meditación no tiene por qué ser una ardua labor. Deja simplemente que tu cuerpo y tu mente descansen como lo haría un animal en el bosque. No luches, no hay necesidad de alcanzar nada. Ahora estoy escribiendo un libro, pero no estoy luchando, sino descansando a la vez. Por favor, léelo de manera placentera y relajada. Buda dijo: «Mi Dharma es la práctica de la no práctica». (20)  Practica de un modo que no te canse, de una forma que dé a tu cuerpo, a tus emociones y a tu conciencia una oportunidad para descansar. Nuestro cuerpo y nuestra mente tienen la capacidad de curarse a sí mismos si les permitimos descansar.

Detenerse, serenarse y descansar son las condiciones previas para la curación. Si no podemos detenernos, el curso de nuestra destrucción seguirá en marcha. El mundo necesita curarse. Los individuos, las comunidades y las naciones lo necesitan también.



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